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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Luis Reyes Escobar

Luis Reyes Escobar

Columna: Opinión

e-mail: luksreyes@hotmail.com


Luego de un año fuera del país llegó el tan anhelado “día D”, el regreso  a esa tierra mágica que algunos llamamos “Samaland”.

Encabezando mi lista de prioridades, estaba el degustar una arepa de huevo, pero para hacerlo, debía esperar hasta el final de mi travesía compuesta por trece trayectos en bus, once en avión, tres en ferri, dos en barco, el sobrevuelo de tres océanos, el paso por tres continentes y uno que otro susto. La ansiedad estuvo presente durante todo el trayecto, cada noche en mis sueños escuchaba al piloto del último avión diciendo “siéntanse complacidos, porque en este momento están contemplando el sol que irradia sobre las Américas”.

Hablar de lo que haría al retornar a mi país siempre fue motivo de alegría y me atrevo a decir, que a más de uno dejé con ganas de conocerlo. El día que llegué, inmediatamente comencé a llenar mi agenda de bienvenidas, visitas, saludos y comidas que junto con mi emoción, se convirtieron en el distractor perfecto para no pensar en los retos que debía enfrentar. El primer choque que tuve fue conmigo mismo, debía acostumbrarme a lo que alguna vez fue rutina. Pensé que sería sencillo, pero estaba equivocado.

Mi adaptación a otra cultura no comenzó con mi viaje a Nueva Zelanda, inició a finales de 2009 cuando me fui a la capital de Colombia en busca de nuevos rumbos. Estas experiencias serían más encantadoras si no tuviéramos que cambiar nada al cruzar barreras entre sociedades, pero por ejemplo, algo tan básico como mi forma de hablar, tuve que ajustarla para que los bogotanos me entendieran. A pesar de esto, siento que no he cambiado mi esencia, de lo contrario estaría atravesando por una profunda crisis de identidad, debido a que donde quiera que voy soy etiquetado de formas distintas, es decir, los cachacos me llaman costeño, los costeños me llaman cachaco, los blancos me dicen negro, los negros me dicen mestizo y para colmo de males, cuando creí tener rasgos latinos muy bien definidos, en Nueva Zelanda pensaban que era de la India. Gracias a Dios mi abuela me inculcó de niño que “el hombre es hombre a medida que se adapta a todos los medios” así que logré acomodarme en poco tiempo.

El segundo paso era generar ingresos y la primera opción que saltó a la vista fue conseguir empleo. Con lo que no contaba, era con que el mercado laboral sería aún más implacable y debía resolver planteamientos de la talla de líneas tan famosas como “Ser o no ser, ésa es la cuestión” de Shakespeare en su obra Hamlet. Las preguntas más comunes hasta el momento han sido ¿qué te gustaría hacer? Y ¿para que eres bueno? Algunos las considerarán sencillas y responderán inmediatamente, desafortunadamente yo no hago parte de ese grupo tan privilegiado.

El primer cuestionamiento me parece tan complejo como responder ¿a qué vinimos al mundo? Encontrar tu objetivo de vida es un asunto que puede tomar años e incluso, cuando crees estar trabajando en ello, puedes sorprenderte con que eso nunca te llenó. Puedes intentar infinitas veces hasta que lo encuentres o sencillamente te resignes. En fin, no es un asunto de ligerezas, sin embargo, eso hace la vida más excitante.

La otra pregunta no es menos compleja y me invita a romper paradigmas. Desde niño me hablaron de un concepto de humildad que implicaba no decir que eras bueno ni mejor que nadie. Incluso, algunas veces debías negar tus competencias para no ser señalado de arrogante, egocéntrico, etc. Nunca estuve de acuerdo con eso, pero así me programaron. Por esto, me cuesta hablar de mi potencial a pesar de tenerlo claro.

Hasta el momento no estoy muy seguro de cómo responder tales interrogantes, a pesar de esto, puedo aconsejarle a los que atraviesan por la misma situación, que no se dejen llevar por las presiones, revisen las cosas que han hecho y disfrutado en su vida, piensen en como capitalizarlas y se inyecten una dosis de “colombiaminol de 500 mg” cada mañana para que hagan limonada con los limones que les pone la vida. No olviden que cada cosa que nos pasa trae su aprendizaje, aprovechémoslo.