“Es la primera vez…”

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Dos años después que ocurriera la más grave tragedia que se tenga noticia en la historia de Colombia, en un caluroso domingo de Ponedera (Atlántico), me sorprendió, en medio de un jolgorio de fiesta patronal, el menor de no más de ocho años que respiraba con dificultad. Su pechito se comprimía como una ventosa al tiempo que los hoyuelos de su nariz se abrían buscando captar todo el aire caliente del ambiente. Mierda Manuel, “Armero” se volvió a apretar, corre a la farmacia y tráele una inyección de Bricanyl para que se le pase, le ordenó Aquileo a su capataz.

¿Armero? ¿Por qué Armero? ¿Cómo se llama? No sabemos su nombre, aquí se presentó hace unos meses, después del desastre, un camión lo dejó a la entrada del pueblo. No tiene a nadie, casi no habla  y sufre de asma. El drama del pequeño “Armero” seguramente se repitió con iguales características en todo el país, pues los encargados del manejo de la emergencia embarcaban en vehículos particulares a los “niños abandonados” que iban dejando a su paso por poblados a cada lado de las carreteras.

Nunca había sucedido algo similar. “Es la primera vez…y no se sabe cómo proceder…”, era la frase “de cajón” con la que se justificaba la respuesta inverosímil a cada situación. Pero cómo, si ya habían pasado el terremoto de Popayán en 1983, el desplome de 488 años de historia en tan sólo 18 segundos con sus cien personas fallecidas y 2.470 viviendas destruidas y, apenas siete días antes, fue la toma y la retoma del Palacio de Justicia en la Capital de la República con cifras horrendas de muertos y desaparecidos. Muy pegados y seguidos unos del otro pero todos por “vez primera”.

Luego hubo una secuencia luctuosa de reacciones naturales provocadas por nuestra intransigente y depredadora forma de vivir y convivir, como: el deslizamiento de tierra en Villatina, en Medellín en 1987; la temporada de sequía conocida como “crisis energética” entre el 2 de marzo de 1992 y el primero de abril de 1993; el terremoto de Armenia en 1999 que mató a unos mil armenitas; la inundación del sur del Atlántico con más de cien mil damnificados y la más reciente, la avalancha de los ríos Mocoa, Mulato y Sancoyaco que arrasó con media capital del Putumayo; sin entrar en detalles para no extenderme pero, créanme, todavía se siente que cada caso es como si fuera “la primera vez”.

En 2012 se sancionó la Ley 1523 por la cual se adoptó la política nacional de gestión del riesgo de desastres y se estableció el sistema nacional de gestión del riesgo, que ningún gobernante o gerente de instituto descentralizado, empresa estatal o privada cumple con rigor, contribuyendo así con la destrucción sin asco de los ya escasos recursos naturales y de la biodiversidad. Sin embrago, con pasmosa desfachatez, el Ministro de Ambiente, Luis G. Murillo, se pronuncia, después de 18 días de que se comenzaran a derramar 24.000 barriles de petróleo crudo sobre la quebrada de Lizama y el río Sogamoso, como en Fuente Ovejuna “todos a una”: “…esto es muy grave y no puede volver a pasar”.

Eso dijo el Ministro y esto dijo el vicepresidente de sostenibilidad de Ecopetrol: “…es la primera vez que un pozo abandonado recupera la presión y causa este daño ambiental. Por ello, la empresa no estaba preparada para enfrentarlo adecuadamente”. Preparémonos, no esperemos que siempre sea la “primera vez”, prevengamos, hagamos conciencia de la necesidad de preservar la vida de la naturaleza que es la nuestra.