Escrito por:
Hernando Pacific Gnecco
Columna: Coloquios y Apostillas
e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
Cada cuatro años revive la nostalgia del aficionado colombiano por las selecciones de Brasil de 1970 y 1982, ambas calificadas por muchos latinoamericanos como “la mejor de la historia”. Desde esa óptica, entendible. Siempre hemos vibrado en tono “verde amarelho”; hemos disfrutado a los incomparables futbolistas brasileros, taumaturgos del balón que hacen posible lo impensable, expertos en hazañas formidables. Pelé y su corte de genios dio espléndidas exhibiciones de futbol arte,
Brasil -¿quién lo discute?- es la mayor potencia futbolera de la historia. Seis títulos mundiales, y gran favorito para la próxima cita ecuménica, jugadores excepcionales en todas las grandes ligas, y sangre de maestría, alegría y triunfo. Siempre deslumbró con la técnica prodigiosa de sus genios: la mágica gambeta de Garrincha o Tostao; la impresionante capacidad goleadora de Pelé, Ronaldo, Romario o Ronaldinho; la precisión quirúrgica de Gerson; laterales incomparables pero, también, pocos arqueros de talla mundial, cierto desprecio por la táctica y bastante indisciplina defensiva de los atacantes. Virtudes únicas y pecados mortales en simultánea han sido su impronta
Hasta 1970, el mundo se inclinaba ante los sortilegios brasileros. En 1974, la historia del fútbol cambió para siempre. La desbordante alegría de la samba carioca empezó a competir con la armónica coreografía europea. Los holandeses presentaron un espectáculo nuevo, el fútbol total, y desde ese entonces hasta la “batalla de Sarriá” hubo saudade por el carnaval multicolor, por los silbatos, repiniques, cuicas y cabacas. Ahora, tarantelas, balfolk, sevillanas y sardanas, valses y polcas dominan la escena. Pero, ¿en verdad murió el jogo bonito”?.
El cíclope Polifemo representa a ese sector enamorado de la samba; ven con ojo único, despreciando todo lo demás. ¿Es que lo colectivo no es bello? ¿Los demás carecen de estilo? El trabajo en equipo es un paradigma contemporáneo inapelable. Nadie concibe un ballet sin la excelsa coreografía, además de las figuras centrales dominando la escena, al compás de prodigiosas orquestas que descifran al unísono tantos pentagramas como músicos los ejecutan, interpretando sincrónicamente al compositor con diversos instrumentos. Así es el fútbol actual; los entrenadores, esos modernos Pericles, diseñan sofisticadas estrategias en función de sus rivales y las entrenan prolijamente. El fútbol representa las guerras de la antigüedad, libradas para enfrentar al enemigo, ocupar su territorio y vencerlo en franca lid. Si antes la regla era acostarse jugador y despertarse técnico, hoy la dirección técnica exige dura preparación académica; el futbolista silvestre abre paso a las escuelas de formación; el futbol de potrero fue desplazado por la escolástica.
La perfecta combinación de talento individual con un trabajo colectivo define a los ganadores. ¿Cómo no admirar el “jogo bonito” del Barcelona de Messi y su deslumbrante banda? Manchester City es una sinfonía de fútbol bien jugado, la Selección Brasil de Tité demuestra su asombroso talento individual en función del juego colectivo. El futbol, como mucho en la vida, evoluciona para bien. Ahora se conjugan el talento individual con el aporte solidario. Hoy es más complejo, maneja un lenguaje distinto, otra estética y, sin duda, presenta un espectáculo más contemporáneo. Cada era tuvo sus ídolos, protagonistas de gestas prodigiosas. Pero el fútbol ha cambiado y ahora es más exigente; las velocidades son vertiginosas, los deportistas son atletas formidables y los requerimientos, extremos. Respetando a los nostálgicos ciclópeos, me fascina el moderno “jogo bonito”, hermoso individual y colectivamente.