¿Propiedad colectiva?

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



¿Qué tan fuerte es la institucionalidad colombiana para evitar que el sistema económico actual, de tan pocos resultados populares, sea reemplazado sin garantías democráticas por uno que suprima -digamos- la propiedad privada?

No es una muy sólida, de acuerdo; pero, ¿eso, por sí mismo, hace posible que, por ejemplo, Gustavo Petro (o Fajardo, o De la Calle, por decir algo) pueda impulsar, una vez en el poder presidencial, una reforma constitucional amañada que intente terminar con el derecho de dominio tal y como lo conocemos? ¿Es esto posible? Puede pasar, por qué no. Para empezar, hay suficiente hambre en Colombia como para no sorprendernos si un candidato, no de izquierda, sino de extrema izquierda, como Petro, pueda llegar a vencer; y no ya en unos comicios electorales, sino a todo aquello que define la victoria en unos comicios electorales en Colombia.

Si ese presidente es tan populista como lo fue Uribe en sus primeros años, hace tres lustros, ¿qué impediría que sus propuestas se hagan verdad política y jurídica? Se ve lejano eso, todavía, es cierto. Pero no imposible. En Colombia, aparte de Marco Fidel Suárez y de Belisario Betancur, que eran de origen humilde, nunca ha habido presidentes ajenos a los círculos de decisión en cuanto a su extracción social. Tal vez se me escape alguno, desde luego, pero, aunque así fuera, es seguro decir que a los colombianos no les gustan, casi que por convicción plutócrata, los pobres poderosos. Es contrario a la naturaleza nacional. Así, un presidente “castro-chavista” es muy improbable entre nosotros, más allá de que sea posible, como todo aquello que nunca pasa, hasta que pasa. No me malinterpreten: no veo nada positivo en la colectivización de casi nada. Sin embargo, eso puede ser.

Si llegare a suceder, ¿qué tendría que cambiar en la Constitución para que ese presidente radical siga tentando al destino y trate de redefinir la forma en la que viven los colombianos? No creo que mucho, en realidad. La carta política de 1991 ya dispone cosas revolucionarias (la guerrilla desmovilizada de la época, el M-19, parece que hizo la tarea en la Constituyente): la propiedad privada en Colombia es relativa y no absoluta como derecho. Ya se dijo aquí hace más de un cuarto de siglo que no podía haber latifundios porque la propiedad tenía una “función social”; y, no obstante, ¿hubo en todo este tiempo posibilidad real de que una reforma agraria tuviera lugar? No, no la hubo; lo cual demuestra, por lo demás, que la Constitución y las leyes podrían cambiarse en este país y, aun así, nunca pasaría nada que vaya más allá del ruido de una muda que quizás nunca será.

En Colombia, si bien puede ganar las elecciones un candidato de izquierdas, exguerrillero o no, la realidad dicta que él difícilmente podría destruir el tan exitoso Colombian lifestyle. No debería decirse lo mismo de un candidato de extrema derecha, que, siendo presidente, encontraría como una especie de camino hecho para volver a la época de los informantes; o la posibilidad de reanudar la guerra con las guerrillas, reales o inventadas; o simplemente seguir favoreciendo a los que más tienen, sean industriales, empresarios, contratistas del Estado, o simples corruptos. De modo que no hay nada que temer por parte de aquellos que creen que esto se podría volver una Venezuela. Aquí, la estructura moral ha probado estar concebida para mantenerse tal y como está, a pesar de que la zarandeen.