Vive el Carnaval

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Sábado de Carnaval. La cita es en el barrio Pescaito. Son las cuatro de la tarde y  el sol empieza su alegre despedida. Se ven apenas algunos pequeños grupos de personas ataviadas con sombreros, plumas y ropas de colores. Están apostadas en la acera sombreada de la calle seis. Irrumpen las sirenas policiales y retumban tambores anunciando que la fiesta ya se prendió. Todos se dirigen a la “esquina de la alegría”. Allá los está esperando el jolgorio, la gran muestra y el Rey Momo, Braulio Brito ansioso, para festejar con el alma un encuentro más con las más auténticas expresiones de la cultura, el folclor y la tradición.

Un enorme esfuerzo colectivo de hacedores, promotores, diseñadores y confeccionistas, estilistas, artesanos, folcloristas, músicos y bailadores que no se resignan a que el Carnaval se muera en Santa Marta. Lo que vi ese día me dice que realmente vale la pena perseverar en la idea de recuperarlo, conservarlo y proyectarlo regionalmente como lo que es: un modelo de convivencia ciudadana con una tremenda capacidad para transformar los estados de zozobra e inseguridad en situaciones de paz y bienestar. Espero con mis notas breves sobre lo bueno y lo menos bueno de la jornada del sábado anterior, contribuir con este propósito, siempre con el ánimo de mejorar.

Lo bueno: No palcos caros ni silleteros, no vallas metálicas ni cuerdas ni policías que nos impidieran llegar y animar a los danzantes. No exclusiones. Puro andén y bordillo, que son el espacio de todos.

Mucha gente acompañando con sus palmas y arengas el desfile. Disfrutando, bailando, cantando, saludando y posando para una foto con el mejor disfraz. La inmensa sensación de seguridad que se apoderaba del lugar. No por los agentes de policía (cachacos algunos que no entendían), sino por el fervor humano, la fraternidad y la solidaridad que cundía.

Sensacionales disfraces. Los de la pareja del lobo y el gorila. El de los dos negros africanos untados de blanco y el de las reinas zancudas pagaron la tarde. Ningún borracho o borracha pesados, abrazando y babeando al público presente, la embriaguez era de felicidad.

Comparsas vistosas de tradición. El caimán cienaguero, la cumbia de allá y los pericos de San Martín, grupo de niños dirigidos por Medardo Brito, definitivamente “la sacaron del estadio”.     

Lo menos malo: los equipos de sonido rodantes en lugar de las animosas tamboras y papayeras de ayer, de hoy y de siempre. La flaca presencia de las entidades oficiales, principalmente de la alcaldía y la gobernación. Se les pasó la mano con el reggaetón, demasiado “perreo” y poco del sabor nuestro                 

Lo peor y de mal gusto: la presencia de políticos y candidatos de diferentes partidos, quienes no tenían nada que hacer en este sacro escenario con sus capitanes, camionetas, pancartas y altavoces promoviendo sus gastados nombres a la cámara y al senado.

El Carnaval aún respira. En Pescaito todavía se sienten las rítmicas palpitaciones de su corazón. Si a este trabajo sostenido contra viento y marea lo juntamos con el que realizan los colegios públicos y privados de la ciudad, estimulando desde las edades tempranas el rescate de nuestros valores y nuestro folclor y, lo articulamos y armonizamos con las fiestas de La Candelaria en Cartagena el 11 de noviembre, los Carnavales de Riohacha  y los de Barranquilla tendremos en corto tiempo la mejor de todas las fiestas nacionales y el más grande corredor cultural de la Costa Caribe para el país y para el mundo, porque a pesar de todo, el Carnaval vive y es de aquí.