El 8 de agosto

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ricardo Villa Sánchez

Ricardo Villa Sánchez

Columna: Punto de Vista

e-mail: rvisan@gmail.com



El enemigo más temible de la democracia es la demagogia. Alfred Croiset

Es complejo el país de la futurología. Se requiere rigor científico, capacidad de intuición y prospectiva, algo así como un vodka Martini: agitado pero no revuelto. Sin embargo, intentaré arriesgarme  a plantear un momento histórico en el país político, después de la firma de los Acuerdos de Paz, que sería la llegada al solio de Bolívar de un gobierno alternativo, con el presidente número 176 que deberá ganar en la primera vuelta para que no baje la espuma como en la “ola verde”.

 Desde una perspectiva optimista, pensaría que no habría un caos total, con corralito incluido, apocalipsis mediático, anaqueles de las grandes superficies sin comida ni elementos básicos de aseo, (aunado a otros tipos de acaparamiento o manipulación), bolsa caída, histeria colectiva, aviones al exterior llenos y fronteras cerradas, servicios públicos domiciliarios suspendidos, ejército acantonado, sujeción  al poder, en fin, el juicio final. Pero tampoco estaríamos en un escenario en el que el ejercicio de la gobernanza, en diálogo con los actores claves, estaría consolidado, o con un Congreso de la República de mayorías, los gremios, los organismos de control, las altas cortes y la sociedad civil organizada alinderados, sino que habría una gran incertidumbre sobre la ruptura que se daría desde la institucionalidad con las viejas formas de hacer política y las desgastadas maneras de gobernar. Algo así como un primer round en el que no estaría un contundente Mike Tyson sino un par de pugilistas, dándose tímidos golpes, midiéndose el aceite, hasta que alguno de los dos, aseste el  salto de calidad, hasta que alguno tome la iniciativa política, por ejemplo, convocando al poder constituyente primario.

 En ese momento, se sabrá si el nuevo gobierno puede construir colectivamente una mayoría social y política en sintonía con la ciudadanía, o le tocaría defenderse todo el período, hasta cuando el sol ya esté tras sus espaldas. Es cierto que esto no se dará por generación espontánea, además de conformar un gabinete diverso con experiencia administrativa, olfato político y formación técnica; de buscar todo lo que nos une como nación, con ética pública, libertad política y diversidad cultural; de fortalecer lo público, con cesiones de poder y propuestas de transformación realizables; también se demanda que se combinen, con voluntad de cambio, todas las formas democráticas de políticas económicas y sociales que permitan que al tiempo que crece la economía, se redistribuya con equidad la riqueza, con una visión de futuro dirigida a la generación de igualdad de oportunidades, al desarrollo sostenible y a la justicia social, con políticas públicas pertinentes, concertadas, que posibiliten el desarrollo de capacidades, la realización de los derechos y una mayor protección social, para que los avances, lleguen a las personas más desfavorecidas y a las nuevas ciudadanías. Allí se vería si tiene peso la izquierda para gobernar frente a los grandes desafíos de la Colombia de hoy. 

 En este escenario, es necesario gobernar con un nuevo pacto social. Esta es la cuestión. Un pacto realista, con liderazgo de las mayorías, alejado del populismo, la demagogia y la polarización. En el que haya puntos de encuentro, de racionalidad colectiva, destinados a la eficacia en la producción de bienes públicos, a establecer políticas que posibiliten reducir los daños que ha dejado la estela de sangre y de odios del conflicto armado para avanzar en la reconciliación nacional, el pluralismo y la justicia social equitativa; romper con la corrupción, el clientelismo y la ética pre moderna del amiguismo, del dinero fácil, de la anomia, del favor con favor se paga, de manera que se pueda gobernar con los mejores, pero también con quienes se pueda construir confianzas y cohesión social, y mascar y machacar, hasta que se pueda, por fin, disminuir hasta abolir las condiciones de inequidad, pobreza y exclusión social, con las debidas inversiones y cambios estructurales  que se requieren para que Colombia entre a la modernidad, a ser aquella coherente y decente patria grande, que soñó Gabriel García Márquez y Simón Bolívar, más humana y más justa para todos.