La violencia no detiene el carnaval

Columnas de Opinión
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Nuevamente los colombianos hemos sentido el temor en las carreteras. Tras la suspensión de los diálogos entre el gobierno nacional y la guerrilla del ELN; éste grupo terrorista inició una serie de ataques en diferentes regiones del país seguido con un paro armado en todo el territorio nacional. Las consecuencias, además de lamentables son vergonzosas. Un grupo armado que muchos consideraban a punto de desaparecer y con poco poderío militar, logra generar terror como en los momentos más crudos de la guerra.

Una de las ciudades afectadas fue Barranquilla, el epicentro del carnaval, donde tuvieron escenario dos ataques con explosivos a estaciones de la Policía Nacional dejando como resultado la muerte de 6 personas y 40 más heridas. Este drama jamás se había vivido en la Puerta de Oro de Colombia, mucho menos previo a las festividades carnestolendas. A pesar de la amenaza permanente, y de varios intentos fallidos para atentar nuevamente en contra de la población, la alegría y el vacile se impusieron ante la oscura intención de apaciguar el sentir de un pueblo.

Como es tradición, el carnaval se vistió de colorido, lentejuelas y brillantinas adornaron los desfiles, las carrosas lucieron majestuosas, la única batalla fue de flores, la fiesta se prendió en las calles, los únicos atentados fueron con agua y maicena, el aturdimiento fue por la música y el único temor era el de quedar por fuera de la rumba. Se cumplió el mandato de la soberana, la orden de gozar y divertirse hasta el cansancio fue atendida con estricto rigor.      

Esta vez la vida le ganó a la muerte. Los encapuchados no eran terroristas si no marimondas, que pregonaban la alegría por doquier. Los deseos de gozar pudieron más que las amenaza de muerte del ELN. La expresión culturar se vivió en todo su esplendor; la particular costumbre caribeña de burlar las adversidades con suspicacia y picardía demostró una vez más que el bien está por encima del mal.

El sentir del carnaval está impregnado en el corazón del pueblo barranquillero, su conservación se ve plasmada en el reconocimiento de esta fiesta como patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad. Sin pretender decir, que por esta razón es ajeno a las penurias que puedan sufrir algunos compatriotas en otras regiones del país, el Carnaval de Barranquilla le ha demostrado a los violentos que los buenos somos más y que no solo queremos vivir sino que también queremos gozar.

Así como Joselito Carnaval se enfrenta cada año a la muerte y a pesar de ser vencido, resucita al año siguiente para disfrutar el carnaval. De esa forma, el pueblo caribeño vive la vida, con la alegría como parte intrínseca de su ser. Al punto, de adoptar una frase pregonada en una canción, para hacer frente a las amenazas de los terroristas, ♪♫♪ “no, no me mate déjeme gozar máteme si quiere después del carnaval” ♪♫♪.



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