No nos cuesta ser tolerantes

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Arrancar siquiera una reflexión de las personas que juiciosa y afectuosamente nos leen es una verdadera proeza, digna del más grande orgullo.
Pocas veces el tema y su profundidad logran mover el interés y el alma de quienes nos espetan un comentario audaz y respetuoso sobre la opinión que pusiste a circular a través de un medio periodístico, para que sin ambages fuese escudriñada. Casi nunca se convierten en el punto de partida de un dialogo fluido, que los demás siguen con inusitada atención, a menos que venga sazonada con improperios y ofensas.

Me refiero a la respuesta que suscitara mi anterior columna en El Informador, intitulada “Tolerancia cero”, de parte de mi primo Eduardo Escárraga, a quien quiero y aprecio. Su invitación inicial es a que continuemos tratando el tema de la tolerancia y que le dediquemos si es posible dos, tres o más artículos con el fin de entenderla mejor, despejando todas las dudas que pudieran existir sobre su ambigüedad e incongruencia en sus diferentes significados, acepciones y usos. O sea, me dice que todavía hay mucha tela que cortar.

La tolerancia, desde la física cuántica y desde la mecánica de sólidos y fluidos, es un concepto propio de la métrica industrial, que se aplica a la fabricación de piezas en serie que -me dice Eduardo- a pesar de la exactitud de sus medidas, a veces no encajan unas con otras, no casan y generan fricciones que las desgastan, hasta cuando finalmente aparece el técnico especializado que, regla en mano, lima esas asperezas aumentando su coeficiente de tolerancia e incluso permitiendo que los materiales de los que están hechas las piezas sufran curiosas transformaciones en su composición química, dimensión y apariencia.
Otras veces, por falta de previsión, no aparece el especialista y esas “pequeñas fricciones” (o “intolerancias”) ocasionan un daño mayor, como la interrupción o la parálisis de un sistema engranado por piezas construidas con la misma esencia.

Si acercamos esta teoría a la realidad dinámica y cambiante de la sociedad en la que vivimos, muy seguramente tendríamos una bella metáfora que nos hablaría en formulas abstractas, herméticas y arcanas diciéndonos que somos seres humanos iguales en derechos y en deberes, que pertenecemos a una colectividad, a un sistema social, no una suma de individualidades inconexas, en el que nos educamos, buscado si es necesario sacrificar nuestras emociones, para no generar molestias a los demás, como lo promueven la filosofía zen y todas las doctrinas religiosas existentes en la humanidad.

La tolerancia es sin duda el camino por el que debemos optar para, como bien lo dijo Benito Juárez, alcanzar “el respeto por el derecho ajeno que es la paz”, empezando por lo elemental: entendiéndonos con el vecino –Constantino- que tiene un campo de tejo y a veces pone música hasta demasiado tarde o, tomando acciones colectivas seguras y confiables, con todos los que estacionan a ambos lados de la vía ocasionando trancones, Sarita. Es decir, educándonos y educando en el respeto a los demás.

Como la discusión debe continuar, entre otras cosas porque no hemos llegado a una conclusión final, cierro parcialmente este diálogo fructífero instaurado por Eduardo Escárraga diciendo que las piezas del engranaje social deben tolerarse para que no se autodestruyan, deben operar como unidad integrada que se sirven a sí mismas de lo que cada una les aporta para que puedan funcionar con sentido colaborativo en un escenario de afecto y armonía, sin el temor de los desaprensivos, sin el aprovechamiento de los más fuertes y sin la crueldad de los caprichosos.