La perversa democracia por firmas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Desde mediados del siglo diecinueve Colombia tuvo dos partidos políticos: el Liberal y el Conservador. El partido Conservador abogaba por mantener el statu quo, y el Liberal por una transformación profunda de la sociedad y la economía. Posturas irreconciliables.

La confrontación se llevó al terreno militar y este fue el origen de la violencia política que ha asolado al país hasta la hora presente, aunque con la creación del Frente Nacional, es decir alternarse en el poder, repartir la burocracia por partes iguales y hacer elecciones protocolarias, se creyó ponerle fin a la violencia. Acabado formalmente el Frente Nacional, el modelo creado persistió en su forma más pura hasta que el presidente Barco decidió apartarse de él y gobernó solo con liberales.

Sobre las ideas liberales y conservadoras en constante tensión, Colombia construyó un modelo de sociedad con muy pocas virtudes y muchos defectos. Algunas guerras y miles de muertos después, la desigualdad social extrema persiste. En el papel Colombia tiene logros inmensos y hemos avanzado mucho. Realmente, seguimos siendo un país anclado en un modelo feudal tanto en lo político como en lo económico.

En los últimos cincuenta años del siglo pasado, el mundo avanzó prodigiosamente, y la simplicidad de nuestro país mayormente rural fue sacudida y alterada violentamente. Los partidos no pudieron adaptarse a la nueva Colombia: urbana, con grupos de intereses diversos y con una sociedad que incorporaba tendencias mundiales a su diario vivir. Simplemente, la nueva realidad les quedó grande a los partidos tradicionales.

En 1991, se asoma el esperpento constitucional y el plagio nos sale mal. La importación indiscriminada de normatividad, instituciones y formas ajenas a nuestras tradiciones nos sume en el caos. En lo político, la buena intención de darle voz y voto a grupos minoritarios erosionó las endebles bases sobre las cuales había funcionado nuestra incipiente democracia.

1991 fue el punto de no retorno en el cual la degradación de los partidos se aceleró vertiginosamente. En retrospectiva, no debería sorprendernos, ya que aun dentro de los moldes tradicionales, y en respuesta coyunturas muy puntuales, se dieron movimientos políticos producto de la insatisfacción y que tuvieron algún impacto en el discurrir nacional. Por ejemplo, el MRL, la Anapo y el Nuevo Liberalismo.

Hoy los dos partidos políticos tradicionales solo son el parapeto tras el cual se esconden nuestros peores vicios. Irrelevantes y desprestigiados caen en la obsolescencia y el olvido.

Como resultado de la nueva carta política, todos los días surgen en Colombia movimientos que no son proyectos políticos verdaderos y carecen de programa y agenda de trabajo. Son asociaciones de conveniencias selladas para lograr un resultado electoral y alzarse con el botín burocrático y la contratación estatal. Desafortunadamente – o afortunadamente- tienen una vida efímera y por esto no aportan nada a la sociedad. Es condición sine qua non para la estabilidad del estado que los pilares políticos legitimen el ejercicio democrático, y por esto la necesidad de tener partidos políticos fuertes y representativos. Esto es la base de todo lo demás que tiene que ver con el funcionamiento y estructura del estado.

El caos y desprestigio de los partidos políticos nos ha llevado a la democracia por firmas. Parentéticamente, con el retiro de Roberto Gerlein, se retira el ultimo Conservador pura sangre –el último presidente Conservador ya no milita en ese partido- y se baja para siempre el telón del Frente Nacional.

En el mes de mayo sabremos con certeza si el presidente de Colombia será el primer presidente postulado por firmas. Si lo es, ojala sea también el ultimo. El ciudadano común no entiende la perversidad de esta nueva forma de democracia; por su parte, el oportunismo e inmediatismo de los políticos no los deja ver y entender el salto al vacío que estamos dando como sociedad, si la práctica de la democracia por firmas termina por convertirse en permanente y prevalente. Es un error garrafal dejar que los partidos, como mecanismo democrático principal, desaparezcan. Se requiere verdadero liderazgo para echarse al hombro el desprestigio actual de los partidos y hacerlos nuevamente relevantes, pero esto hay que hacerlo.

Los candidatos por firmas me inspiran profunda desconfianza porque tomaron la ruta fácil y no entienden realmente la indelegable trascendencia de los partidos políticos.