Tolerancia cero

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Se ha vuelto “pan de cada día” oír y leer en las noticias habladas y escritas que tal o cual suceso violento entre iguales ocurrió por “falta de tolerancia ciudadana”.

Es el recurso más usado por quienes están llamados a prevenir mediante la educación y la persuasión este tipo de actos que atentan contra la integridad de las personas: “…en una clara muestra de intolerancia, le ocasionó graves heridas con arma corto-punzante, por…” Bueno, no importa cual haya sido el motivo, pues ella no discrimina.

Siguiendo su raíz etimológica, tolerancia (del latín tolerantia) es una cualidad humana de quienes “pueden aceptar” (Wikipedia – La enciclopedia libre); es un valor moral “que implica el respeto integro hacía el otro, hacía sus ideas, prácticas y creencias”, sin que me importe un comino que en nada se parezcan a las mías. Por eso creo que quienes nos representan como fuerza pública no conocen el verdadero significado de la palabra: tolerar es aceptar -repito- no aguantar. Ahí está la confusión que a mi modo de ver no les permite entender y por lo tanto, cumplir la sagrada misión de evitar.

Muy fácil echarle la culpa de todo a la intolerancia. Muy cómodo, además. Y no ayuda a resolver lo que hace que los colombianos nos matemos sin asco porque el perro del vecino volteó la caneca de mi basura o porque los mangos maduros de su árbol caen en mi patio o porque me torció los ojos o no me miró ni me saludó cuando pasó por el frente de mi casa. Yo pienso que algo más hay en el canto de la cabuya de esta relación, que hizo que mi capacidad de aguante (y obviamente la de mi vecino) llegara a su límite.

La tolerancia desde la antigüedad era asimilada al progreso. En la “Carta sobre la Tolerancia”, Locke defiende la separación radical entre la religión y el Estado también como signo de progreso, sin abandonar el espíritu crítico contra el fanatismo de los gobiernos e iglesias. Esta idea reaparece en pleno S. XX con Levi-Strauss en sus ensayos “Raza e Historia” y “Raza y Cultura”, bajo la forma de una tolerancia generalizada que permita el desarrollo de la ciencia y el progreso. Nos aceptamos como iguales para avanzar, no para eliminarnos.

Que aprendan de Locke o de Levi-Strauss nuestros policías es artificiosamente utópico. Pero que aprendan a identificar el origen y la dimensión de nuestras reacciones irracionales, para que puedan llegar a tiempo y actuar antes de que sucedan hechos que lamentar, es elevar su capacidad de intervenir en la solución de los conflictos en equidad. De esta manera, con zanahoria pero sin garrote, estarán contribuyendo con reforzar la educación y formación de ciudadanía responsable, que ya habrá comenzado por supuesto en la familia y la escuela.

Tolerancia cero para el vecino que barre sus basuras hacia el frente de mi casa; tolerancia cero para el que pone su carro de perros sobre el andén de mi cuadra y tolerancia cero para quien detiene su carro e interrumpe el transito mientras habla con un amigo o se toma un tinto. O, ¿será que debemos tolerarlos o simplemente exigirles y enseñarles, amparados por autoridad pública si es del caso, que respeten mis derechos ciudadanos al uso y disfrute de los bienes de los que dispongo como habitante de un determinado territorio? Es que somos por naturaleza tolerantes y podemos seguirlo siendo sin dejar de cumplir nuestros deberes. Tolerancia cero para los corruptos.