Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
¿Cuál es la consecuencia de que una tropa de sesenta millones de intolerantes vote por un fiel representante suyo, y este gane la elección presidencial? Ahí está: se llama Trump. Donald Trump.
El problema de que inmensas mayorías de un pueblo tan grande y con tanta riqueza se acostumbre a hacer vergonzante espectáculo de todo lo que vive, porque, si no, se aburre; de que se la pase huyendo en masa de la realidad, cobardemente, a través del uso y abuso de la coke; de que sus jóvenes ni siquiera puedan ubicar en un mapamundi a su país, ni al resto de naciones del orbe, porque -cómo decirlo delicadamente- para qué…, si esos poco importan… El problema de esto está en que, tarde o temprano, terminan por elegir allí como su líder a un individuo convencido de que la respuesta a la vida en sociedad, ya sea ella local o global, tiene que corresponderse por fuerza con la sensibilidad de los que gozan de la llamada ventaja natural; es decir: aquella solución que exuda la idea ajena a los méritos propios de que hay mejores seres humanos que otros, y de que los primeros son muy seguramente hombres, blancos y protestantes (aunque esto último no importe tanto): los famosos WASP, la sigla derivada de la frase inglesa White Anglo-Saxon Protestant.
WASP, además de acaudalados, deben seguir siendo los elegidos. Solo así se puede conservar la plutocracia de Trump, cuyo apetito por ella apenas disimula. Este hombre se ha inventado una teoría muy extraña para justificarse: dice que todo lo que deshace (lo del cambio climático, lo de las Naciones Unidas, lo del Obamacare, etc.) es para que los Estados Unidos de América sean “great again”, una imagen que cala hondo en el sentimiento de cierta clase de gringo que no es en manera alguna una minoría.
Por eso, Donald puede jactarse con relativa tranquilidad de cometer abusos reales y verbales: su gente se lo va a perdonar todo si siente que la está protegiendo. Pero he ahí el punto: todo es mentira: él no trabaja para que el yanqui de a pie -que también los hay- deje de serlo, sino para los que son sus iguales. No quiere nuevos plutócratas, sino perpetuar los que ya existen.
En realidad, Trump solo gobierna para su gente, los ricos que no admiten más ricos, amparado en la mega-difusión de la falsa creencia de que todos los gringos pueden llegar a ser millonarios, como él. Siempre implica en su discursete que cualquiera podría hacerlo. Así, este presidente simula propugnar una especie bien particular de socialismo en su fase más imposiblemente avanzada: el comunismo multimillonario. O algo aún más extravagante: el lobo de Hobbes: si todos son lobos para todos, entonces habrá una coexistencia pacífica basada en la lucha por la riqueza individualista que, “lógicamente”, podrá ser sostenible. Esto es basura… Puros engaños de un presidente de mierda.