¿Y si no quemamos al ‘Año viejo’?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Luis Reyes Escobar

Luis Reyes Escobar

Columna: Opinión

e-mail: luksreyes@hotmail.com


Corrían las últimas primaveras de la década de los ochenta y con escasamente tres años, ya empezaba a manifestar mi preocupación por los años venideros. Esa mañana me encontraba con mis padres rodando por las calles de Santa Marta cuando sin aparente explicación rompí en un llanto inconsolable. Mi madre, como era de esperarse, preguntó el motivo de mi berrinche, a lo que categóricamente respondí, es que yo no quiero tener arrugas. En vista de que no parecía ser nada grave, su esencia jovial la llevo a concluir todo diciéndole a mi padre “bueno mijo, alista el bolsillo que tu hijo no gusta de viejos”.

Si he escuchado unas cincuenta veces esta historia es poco y debo confesar que cada vez lo hice como si fuera la primera. Mi escepticismo siempre quedó manifiesto con una mueca que semejaba una sonrisa; pero este diciembre de 2017 todo tomó un tono diferente. Notar que mi novia se encontraba un tanto incomoda con el hecho de ver crecer su indicador de cuantas veces había celebrado su natalicio, me llevó a preguntarme ¿a qué se debe tal apatía?

Una mirada retrospectiva al día en que protagonicé tal espectáculo y a las experiencias que le siguieron, me sugiere que mí reacción y el descontento de mi novia fueron totalmente justificados, ya que a pesar de tener un particular gusto por los clásicos musicales, las decoraciones vintage y en general la vieja escuela, soy consciente de que el entorno constantemente me envía mensajes diciendo que el rastro del pasar de los años es un defecto. Los ejemplos se encuentran por todos lados y una muestra de ello es que el treinta y uno de diciembre quemamos al año viejo, los deportistas son considerados viejos a los treinta años, a las mujeres las bautizan “quedadas” si a los treinta no tienen planes matrimoniales, conseguir nuevo empleo después de los cuarenta es una labor titánica y ni hablar de las personas de tercera edad abandonadas en un asilo.

Pero no todo está perdido, en los países asiáticos la palabra viejo no viene sola, siempre es adornada con el adjetivo sabio, por lo que ser un adulto mayor es un privilegio que merece respeto. Debo confesarles que en mi primer viaje a China no pude ocultar lo fascinado que quedé con el hecho de ver a esos personajes de avanzada edad disfrutando de sus tardes en escenarios propicios para que jugaran, bailaran, meditaran o que pudieran acceder a un montón de locaciones sin tener que pagar un centavo. Todo eso hacia parte de las políticas públicas del gobierno chino que tenían como único objetivo el bienestar cultural, educacional y espiritual de esa población.

Si bien es cierto que el futuro pertenece a las nuevas generaciones, no es menos cierto que las generaciones anteriores dieron todo de sí para que eso fuera posible, lo que a mi parecer, es digno de agradecimiento. Particularmente pienso que la vida no es nada distinto a un cumulo de recuerdos cargado de videos, fotos, canciones, emociones, etc. y que sin importar lo malos que hayan podido ser, siempre será posible apreciarlos si partimos de la base de que gracias a ellos somos lo que somos. Los invito a ver el pasar de los años como la oportunidad de enriquecer las memorias de nuestra historia y si no me compran la idea, tan solo intenten imaginar su vida sin un solo recuerdo y me cuentan cómo les pareció. Para terminar, los exhorto a que en vez de quemar al año viejo lo hagan seguir a su casa, le den de su vino más exquisito, le sirvan la mejor parte del banquete y lo abracen para decirle con fervor gracias por todo.