País al borde de un ataque de nervios

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Cuando los cambios son profundos no son fáciles de asimilar e incluso generan oposición. En el tránsito de los Estados Unidos de América hacia la democracia hubo decisiones que generaron mucho rechazo, como por ejemplo, el fin de la esclavitud que era visceralmente opuesta por el partido demócrata -los más golpeados en el bolsillo por la decisión- e incluso fue una de las dos causas fundamentales que llevaron a la cruenta guerra civil. Miedos fundados o infundados producto del cambio, cuando no son canalizados de la manera adecuada, pueden degenerar en cruentos conflictos. Algo parecido ha sucedido con la negociación de La Habana, y más recientemente con la anunciada candidatura de Timochenko a la presidencia de la república. Las reacciones exageradas y muchas veces carentes de toda racionalidad de ambos lados del espectro ideológico no dejan de sorprender.

Considero que es una buena noticia para el país, aunque muchos no lo crean. El éxito de cualquier democracia depende en mayor o menor grado de que las diferencias se debatan y se resuelvan en las urnas y no con violencia y balas.

El proceso y lo negociado están siendo visceralmente atacados por desconocimiento y porque el daño causado por las Farc generó mucho resentimiento y odio. No saldremos al otro lado del rio, si no hacemos un esfuerzo consciente para acallar nuestras dudas y suspicacias y así abrir los espacios democráticos para que aquellos que antes empuñaban las armas salgan a vender sus ideas.

Colombia siempre ha sido un país de leguleyos y esto es pernicioso. Esgrimir este o aquel otro argumento extraído del entramado legal para torpedear lo negociado y su implementación es torpe. Contraría el espíritu de la ley persistir en la aplicación de la letra cuando esta conduce a más violencia y muerte. El marco jurídico que existía al momento de la negociación era insuficiente y no apto para lidiar con la negociación de La Habana. Terminar el conflicto armado es una política de estado que no puede quedar al vaivén de los efugios politiqueros ni de las trapisondas legalistas. En últimas, los enemigos no son las Farc sino la pobreza, la falta de salud, la corrupción, etc; de tal forma, que el debate presidencial debería darse alrededor de estos temas y sobre las propuestas de los candidatos para resolverlos y dejarnos un mejor país. Intentar anclar el debate presidencial en posiciones frente a las Farc es una distracción que podemos pagar muy cara.

Aunque parece ser que Timochenko no era el candidato obvio por su escaza formación académica y por otras razones, políticamente tal vez si era la mejor opción. Fue Timochenko quien firmó la paz y quien ungió de máximo líder de las Farc. No da la impresión de ser un ideólogo puro y por tanto tiene una flexibilidad que algunos de sus camaradas de lucha, y también dirigentes, no tienen. Saliendo de la guerra, un discurso radical y reaccionario por parte del nuevo partido sería una equivocación grande. Imelda Daza, que mucho debe haber aprendido durante su largo exilio, debe aportar en sentar las bases programáticas e ideológicas de unas Farc que hoy acusan una obsolescencia antediluviana. No creo que las Farc estén pensado en llegar a la presidencia, pero salir con candidato propio en vez de apoyar a algún otro, fue la decisión correcta, ya que están en búsqueda de una identidad, la cual además necesitan posicionar ante el electorado. Es parte del proceso de formación y crecimiento.

Insisto. Sería bueno comenzar a escuchar propuestas sobre economía, justicia y demás de todos los candidatos. Que miren a futuro y no que sigan anclados en el pasado. Sería bueno que en lo que le resta de vida al gobierno Santos, éste se dedique únicamente a hacer pedagogía sobre qué fue lo que se negoció en Cuba y cuáles son sus alcances. Esto ayudaría a centrar en debate político en los temas fundamentales y disiparía mucha de la ansiedad y miedo que sienten muchas personas, realmente convencidas de que se le está regalando el país a las Farc. Ahora lo único que debería importarle a Santos es ayudar a decantar las aguas, y así aportar a la civilidad del debate y a la paz política.