¿Cuál es el número mágico?

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Es inquietante el hecho de que a pesar de las cifras de crecimiento mostradas por la economía colombiana - que distan de ser ideales- la pobreza y el desempleo no ceden. Según la última cifra publicada por el Dane, en enero de este año la tasa de desempleo se situó en 13.5%, una cifra escandalosa.

Ni que decir, que probablemente las cifras oficiales realmente no muestran la descarnada realidad del desempleo y del subempleo en el país; así que fácilmente, sumando estos dos rubros, podríamos estar hablando de cifra mucho mayores, quizás tres o cuatro veces la reconocida por el Dane.

Otro dato revelador, es que los índices de pobreza para el 2010, muestran que aproximadamente el 46% de los colombianos vive en condiciones de extrema pobreza y un 17% vive en la calle. En el campo, la situación es aún mucho más dramática.

Probablemente las causas del desempleo en Colombia son muchas, pero creo que unas pocas de ellas, conjuntamente, explicarían en gran parte el porqué a pesar de haber tenido cifras de crecimiento relativamente decentes, no se han creado suficientes nuevos empleos ni ha cedido la pobreza.

La primera causa que podría explicar esto, es el desplazamiento a las ciudades como consecuencia de la violencia rural. Es decir, a pesar de que las ciudades si crean nuevos empleos, la llegada masiva de desempleados a éstas, no permite que las cifras de desempleo bajen. Sin embargo, uno pensaría que estos desplazamientos masivos, así como tienen un impacto negativo en los índices de desempleo de las ciudades, deberían tener un impacto positivo en las zonas rurales. Sería bueno hacer una validación estadística de este fenómeno.

Otra segunda probable causa, es que como la economía del país no ha crecido lo suficiente y de forma sostenida a lo largo de los últimos 10 años, el solo crecimiento poblacional sobrepasa la capacidad de la economía para crear empleos.

Y una probable tercera explicación, es que el crecimiento aceptable -cuando lo ha tenido- de la economía ha sido halonado por una mayor productividad consecuencia de la aplicación de tecnologías, que hacen innecesaria una mayor demanda por mano de obra. Es decir, la tecnología ha logrado que la economía sea más competitiva pero con un impacto negativo en la creación de empleo.

Esta tercera opción plantea un dilema muy interesante para los gobiernos, y que fue el que confrontó Japón cuando estaba creando una industria del acero que fuera globalmente competitiva. Efectivamente, Japón logró tener la industria del acero más competitiva del mundo, pero fundamentada sobre capital y tecnología.

Algunos entendidos del tema, cuestionan que esta haya sido la mejor opción social para el Japón. ¿Por qué? Porque se creó una industria que demanda poca mano de obra. Lo que sugieren y plantean los entendidos, es que la alta competitividad de un país no es una meta en sí misma, y que es un contrasentido tener una economía altamente competitiva que no genere un mayor bienestar social, que no genere un mayor número de empleos y empleos de mejor calidad.

Recogiendo las inquietudes de los expertos sobre la tercera opción, la política industrial y la determinación de las políticas públicas de los países en lo referente a lograr una mayor competitividad, deben balancear cuidadosamente la adopción de tecnologías y su impacto en la generación y destrucción de empleos, entendiendo que el fin último de la competitividad es el bienestar social.

Si al final del día, la adopción de tecnología destruye más empleos que los que crea directa e indirectamente, entonces, esa tecnología atenta contra el bienestar social. Hay que reconocer que esto es más fácil decirlo que hacerlo y que por esto el diseño de las políticas públicas se convierte en un acto de equilibrismo bastante complicado.

Para cerrar el círculo de este análisis, lo que se quiere plantear es que para que Colombia logre sacar a millones de la pobreza, tiene que crecer a las tasas de crecimiento que tuvo y ha tenido China por décadas, anotando, que por el tamaño de nuestra economía nosotros nos recalentaríamos en muchísimo menos tiempo.

Planteo esto, porque la ortodoxia económica, acogida plenamente por el gobierno colombiano, dicta que para crear bienestar social una economía debe crecer a tasas sostenidas del 6% anual. Sin embargo, esta sabiduría convencional no funciona en ciertos contextos, China para mencionar solo uno. Para que Colombia logre un mayor bienestar social, debe crecer a tasas promedio de entre el 8 y 9 por ciento en los próximos diez años, y posteriormente a tasas del 6% anual.

La razón es simple, la tasa de extrema pobreza en Colombia supera el 60%. En otras palabras, crecer al 6% anual no es suficiente para dar un alivio efectivo al problema de la pobreza extrema y del desempleo en Colombia. Consecuentemente, si logramos crecer a las tasas sugeridas, entonces si veremos una disminución real del desempleo en todas sus formas, y de los niveles de pobreza. Colombia necesita una década milagrosa.

Obvio que crecer al 6% es mejor que crecer al 4%, pero conformarnos con el 6% durante el próximo cuatrienio argumentando que es la panacea, como quiere hacernos creer el gobierno, es engañarnos a nosotros mismos.

Crecer a las metas sugeridas de forma sostenida, no es nada fácil, máxime cuando se tiene en cuenta que un crecimiento como el logrado por China por casi cuatro décadas, ha tenido un gran costo en términos de recursos naturales -lo que pone en duda la sostenibilidad en el largo plazo del milagro chino-, y además porque creo que en Colombia nadie está dispuesto a sacrificar de esa manera nuestra riqueza y diversidad ecológica.

Esto último plantea unos dilemas de responsabilidad social y ecológica de cara a las metas de desarrollo sostenible económico y social, que deben ser debidamente entendidos por el gobierno y la sociedad en general.