¿Turismo de primera?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Por recomendación de mi amigo Fabio Barros, acepté escribir sobre el Centro Histórico de Santa Marta. Su mayor preocupación es con los turistas nacionales y extranjeros que lo frecuentan.
No se explica Fabio, cuáles son las razones que los atrae, porque él piensa que las condiciones físicas y sanitarias que este lugar les depara no reúnen las mínimas calidades requeridas para recorrerlo o para  estacionarse al aire libre y disfrutar un buen plato de pescado o mariscos.

Le dije que hacía rato no iba al centro, que a manera de investigación perceptiva pasaría por allá y le trasmitiría mi parecer a los lectores de mi columna en El Informador. Así lo hice, pensando que alguna vez le pedí a Dorita Bolívar, alcaldesa de Usiacurí (Atlántico) en el 2006, desistir de la idea de convertir a esta ciudad en el objetivo turístico más importante de la Costa Caribe, mientras no solucionara la circulación de las aguas servidas por sus empinadas calles. Es que nadie viene a ver correr la mierda, le agregué.

De verdad, Fabio tenía razón. Caminando con Michel Molina desde la Santa Rita hacía La Catedral por la carrera cuarta, sentí “pena ajena”, al ver a una muy distinguida y bella dama, vestida como una foránea cualquiera pero distinguida, con impecables pantalones cortos color blanco, blusa ligera y sandalias que dejaban ver sus pies adorables. La vi saltando corrientes de aguas malolientes y tratando de evitar las salpicaduras de motos y carros. Sólo se me ocurrió hacerme el de la vista gorda, hacer un chiste y pasar como otro turista más.

El paisaje urbano, el patrimonio histórico, urbanístico y arquitectónico, así como el esfuerzo de hoteleros, restauranteros y comerciantes formales por embellecer perturbado y ensombrecido al tener que compartirlos con los olores  nauseabundos del ambiente. El perímetro exterior de La Catedral, por Dios, da pena decirlo, no exagero: es el cagadero público más grande en este territorio. Ni qué decir del deterioro de vías, andenes, bordillos, plazas (la de San Francisco es una vergüenza), parques y senderos peatonales que incluyen el tan averiado camellón de Bastidas. Mejor no mirar, mejor no padecer por la desidia y el abandono.       

Desgreño oficial, mayor prioridad de otras necesidades, desenfoque estratégico, despiste descomunal, falta de recursos, de gestión y de controles a la corrupción son razones por las que cualquier desprevenido transeúnte podría encaminarse cada vez que se somete a este espectáculo. No hay de otra. Las ciudades que dejan deteriorar lo más valioso de su patrimonio; que renuncian a conservar sus tradiciones, su arte y su cultura; que no ofrecen mínimas condiciones ambientales y sanitarias a sus habitantes y a sus visitantes; son ciudades que tienden a desaparecer, que no se sostienen a sí mismas y son inseguras, porque son susceptibles de transformarse en escenario de los peores delitos y expresiones de malestar y de violencia.

Creímos por siempre que Santa Marta era una ciudad turística. Pero, tal parece que no nos creemos a nosotros mismos y no somos consecuentes. Hacemos hasta lo imposible para que no nos creamos lo que somos. Nos da igual, porque preferimos que sean otros, privados y estatales, los que nos digan qué somos, que sean otros quienes exploten nuestra riqueza natural, los parques, las playas, el mar, los cerros tutelares, las fiestas, el folclor y la gente. No sabemos qué tenemos ni cuánto vale, Fabio.