Escrito por:
José Vanegas Mejía
Columna: Acotaciones de los Viernes
e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es
La historia se repite. Y así ocurrirá mientras sobre la tierra exista un sentimiento humanitario.
En las llamadas ‘redes sociales’, tan criticadas por su función manipuladora de opinión, encontramos hace unos días un video que no dudamos en relacionar con la actividad ‘delictiva’ del campesino francés Herrou. Se trata de un acto público, en un auditorio lleno de adultos. Sir Nicholas Winton fue llevado allí como invitado por un programa de TV. No sabía a qué iba. Solo se enteró cuando los presentes se pusieron de pie y le agradecieron el haberlos salvado cuando eran niños. El anciano había anotado en un diario la relación de niños judíos que ayudó a trasladar de Checoslovaquia a Gran Bretaña mientras sus padres perecían en los campos de concentración de Auschwitz. ¿A cuántos salvó? A 669, según consta en su lista. Los integró a familias en el nuevo país y mantuvo en secreto la existencia de su diario durante cincuenta años, hasta cuando su esposa, sin que él lo supiera, lo dio a conocer a un periodista.
Hay otros casos, sin duda. Muy conocido es el que se relata en la novela ‘La lista de Schindler’, (1982), del escritor Thomas Keneally, pasada al cine bajo la dirección de Steven Spielberg. La narración, basada en la realidad, destaca la participación de Schindler en la salvación de numerosas personas que este señor hizo pasar como obreros de su empresa para eludir la persecución, deportación y muerte segura que los esperaba en los campos de concentración nazis. La comparación de los hechos mencionados no permite diferenciar ente los actos humanitarios del anciano Nicholas Winton, Oskar Schindler y Cédric Herrou. En el conjunto de las innumerables leyes francesas debería haber un resquicio que permitiera tratar de manera especial el caso del campesino Herrou. Con el transcurrir del tiempo su osadía adquirirá dimensiones heroicas. Mientras tanto, seguirá desafiando a las autoridades, robustecido por el poder que emana de su condición de ser humano.
Muchísimo tiempo ha transcurrido desde la publicación de la novela ‘Los miserables’, (1862). La imaginación de Victor Hugo inmortalizó al personaje Jean Valjean, convicto por haber hurtado un mísero pan. La justicia tenía que cumplir con un lema que alguien inventó para impedirnos ser felices: “La ley es dura, pero es la ley”, (Dura lex, sed lex). Esa dura ley ha recaído sobre la humanidad de Cédric Herrou mientras en estos momentos mueren ciento de personas en el mar Mediterráneo y en cordilleras inhóspitas de Europa solo por buscar mejor forma de vida o, simplemente, de sobrevivir en países que tanto pregonan la igualdad social pero no están dispuestos a ofrecerla.