Leer los delata

Columnas de Opinión
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Franz Kafka en El Proceso (1925) inicia su relato con las siguientes palabras: “Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido”.
Desde ese instante, Josef K quedó inmiscuido en un asfixiante tejemaneje judicial que terminó -entre infectas dependencias de tribunales decadentes y burócratas de todos los pelambres- apoderándose de su vida, hasta que, finalmente, asumió como cierta una culpa desconocida.

Por su parte, José Julián, primo del suspendido alcalde de Cartagena, Manuel Vicente Duque, Manolo, casi un siglo después, desde su oficina en Bocagrande, muy aireada y con vista al agitado Mar Caribe, manejaba a su antojo cada movimiento en la Alcaldía de ese Distrito. Hasta que, 400 horas de grabaciones telefónicas lo delataran, permitiéndole a los sabuesos de la fiscalía las evidencias que demuestran que Manolo, alcalde electo popularmente, no era el responsable de las decisiones en la ciudad, sino su primo hermano. Alguien debió de haberlos calumniado.

No me explico cómo una de esas interceptaciones, tal vez la más absurda, se constituyó en prueba reina de las investigaciones. Es en la que los concejales Piña y Useche hablan sobre la  entrega de “unos libros” y luego éstos, le notifican a otro cabildante que en su carro le dejaron “32 libritos que tiene que leerse”, prometiéndole una dosis adicional de “siete libros y medio (uno partido por la mitad) cada mes y veinte más que son para el presidente del concejo y el burgomaestre”. Es desde todo punto de vista calumnioso, ominoso y hasta amenazante no creer en la capacidad lectora de una administración que busca evitar que ésta se siga cayendo a pedazos, como se desplomó el edificio Portales de Blas de Lezo.

La operación llevó por nombre “La Heroica”. Como heroico es convertir en asiduos lectores a concejales y administradores públicos, siempre que incluya leer las perversas intenciones que traen “los que están detrás del trono”. La contralora también fue invitada al club de lectura. Pero, por supuesto, para facilitarles la comprensión, alentarlos y alertarlos con frases de honestidad y heroísmo subidos: “…esos temas es mejor no hablarlos por teléfono (…) me pueden destituir, meter presa (…) por eso no me gusta hablar por teléfono, por eso no contesto…” Son calumniosas también las afirmaciones en su contra.     

Sin embargo, se necesita mucha perspicacia para concluir que tan sanas y edificantes conversaciones escondan malvados propósitos. Cualquiera puede leer no digo 32 sino 50 libros o libritos de estos y más. Es cuestión de tiempo e ingenio. Siendo lecturas animadas, cómics, que por delante muestran al colibrí picando una flor,  un caracol burgajo y el rostro del Nobel García Márquez y, por detrás, una pareja de indígenas cogidos de las manos con la Sierra Nevada de Santa Marta al fondo y una cinta que cambia de cobre a verde; que hasta un ciego puede leer, porque firmas de autores y 50 mil páginas aparecen en braille.  

Quiero finalizar recordándole a Manolo, a su primo, a los concejales y a la contralora, lectores y lectoras insignes, que entraron a lo que Kafka llama los vericuetos de El Proceso, fascinante lectura, que apaciguará la espera de ansiadas libertades en intrincados tribunales, que casi siempre (¿por fortuna?) terminan en “casa por cárcel”, porque no hay lugar para tanto lector ávido, aunque libros sí. No asuman por favor que leer los delata, es lo menos que puedo pedirles a quienes se esfuerzan en hacerlo con tan denodado esmero.