¿Adiós al motor diésel?

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Rudolph Diésel, ingeniero prusiano, desarrolló el primer motor del mundo que funcionaba con aceite vegetal (de palma). El austriaco Sigfred Marcus presentó el primer motor de combustión interna a base de gasolina. Quince años después, 1886, Daimler y Benz fabricaron, con poca diferencia de tiempo, sus reconocidos carros que más tarde se unieron en una sola factoría. Alemania ha sido determinante en la historia del automóvil. A partir de esos desarrollos, el mundo entero se encuentra en una frenética carrera de producción de carros y, consecuentemente, en una autodestructiva era de gran contaminación ambiental, que se suma a la contaminante Revolución Industrial iniciada en el mundo anglosajón.


Naturalmente, hoy es imposible vivir sin vehículos automotores, sin el omnipresente plástico y sin las formidables comodidades surgidas de las factorías; el regreso al pasado no es la respuesta. Pero también es imposible continuar con el inexorable suicido colectivo: la contaminación ambiental derivada de nuestro estilo de vida. Los grandes ambientalistas han puesto el dedo en la llaga, pero han tenido que valerse de medios distintos a la gran prensa, siempre del lado del gran capital, para llevar sus preocupaciones al mundo, con la cerril oposición de lobistas de la industria y de muchísimos mandatarios muy cercanos a ella. Sin embargo, se han obtenido avances: el Protocolo de Kioto de algo ha servido. Procesos de fabricación menos contaminantes, guerra a los desechos no biodegradables, concientización ciudadana (especialmente los jóvenes, afectados por la decisiones de egoístas vejetes), protección de bosques y una larga cadena de acciones orientadas a defender lo poco que va quedando de un planeta feraz hasta hace algunos años, hoy destrozado por la codicia de unos pocos.

Europa viene promoviendo el uso de energías limpias, combustibles alternos, procesos fabriles menos contaminantes, vehículos eléctricos, transportes masivos, etc. Y, nuevamente, aparece Alemania en el tema del automóvil; y, otra vez, Stuttgart -sede de Daimler Benz-, ciudad donde se popularizó el uso del diésel para vehículos particulares. Su Tribunal Administrativo podría prohibir para 2018 la circulación de vehículos a diésel. El ajuste realizado a los antiguos motores no ha servido para reducir la emisión de partículas finas. La contaminación de la ciudad, enclavada en un valle, sigue igual. La decisión del Tribunal podría tener repercusiones masivas en Europa: los vehículos diésel tienen subsidio estatal y con esta medida podrían eliminarlos. Súmele usted las sanciones a las empresas alemanas impuestas por el Ministerio de Transporte debidas a las alteraciones del software de los choces, que manipulan los indicadores de emisiones contaminantes.

No será fácil. La poderosa industria alemana del automóvil se opone rabiosamente  a esos laudos, mientras otras ciudades germanas observan expectantes; todo indica que el Tribunal Administrativo de Leipzig dirimirá ese conflicto de opuestos intereses. De no haber un acuerdo, Bruselas tendrá la última palabra, y esto puede tomar tiempo. Mientras tanto, el fabricante de autos eléctricos Tesla avanza inexorable. La esperada revolución del mundo automovilístico parece ver las primeras luces en Estados Unidos, no en Detroit, sino en Silicon Valley. Hoy, la innovadora Tesla es la empresa de mayor valor en el sector automotor de Wall Street, por encima de las gigantes GM y Ford. Pero la empresa de Elon Musk sólo entrega 25.000 carros al año. Una nonada frente a los 90 millones que salen de las fábricas orbitales cada año, y los 1300 millones que circulan en el mundo. Cada año, el combustible quemado por los carros en el mundo emite cerca 1800 millones de toneladas métricas de CO2, equivalentes a un tren cargado de carbón que le da 12 vueltas al planeta. Agregue llantas, aceites, plásticos, etc. Agregue trenes, barcos, aviones y otras formas de transporte, además de las industrias. Aterrador.

Por ahora, no se avizora esa tal revolución, pero sí se reconoce el esfuerzo de la industria por presentar coches eléctricos o mixtos; Tesla no tiene todavía la capacidad de fabricar masivamente sus apetecidos autos. Mientras tanto, quedamos de la mano de jueces como los de Stuttgart o Lepizig, más consecuentes con sus conciudadanos que quienes dictan las leyes o las ejecutan. En Colombia nadie quiere portar la batuta de la protección ambiental y el respeto por la naturaleza. Parece quemarles en las manos a nuestros gobernantes. ¿Conoceremos las razones?