Águila que vuela hacia atrás

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Por consideraciones domésticas, Donald Trump ha incurrido, de manera arrogante, en una afrenta al interés común de la humanidad. 


Con alarde de displicencia, el Presidente de los Estados Unidos decidió retirar a su país, uno de los mayores depredadores de la salud de nuestro planeta, del cumplimiento de obligaciones contraídas dentro del propósito común de contrarrestar los efectos devastadores del cambio climático. Para que el exótico personaje no quede tan mal, algunos de sus funcionarios tratan de montar el infundio de que el retiro del pacto no quiere decir que él no crea en el problema. Con lo cual todo lo que hacen es completar el cuadro de una Administración que él mismo calificaría como desastrosa.

Con la mente tal vez puesta en cálculos de política interna, y rodeado de una selección de interesados en abolir las limitaciones de índole ambiental que entorpecen sus negocios, Trump apareció en un jardín de la Casa Blanca y, con ese gesto “mussoliniano” que usa para lucir imperial, se hizo aplaudir ante el anuncio del retiro de los Estados Unidos de los acuerdos de París, que ha sido uno de los logros más grandes en defensa de la naturaleza a escala global. 

La decisión se vino a sumar a una serie de medidas orientadas en la misma dirección, con ese talante de dueño del negocio que tanto daño puede hacer cuando los gobernantes tapan su ineptitud con la opción de ejercer a su acomodo el poder. Tal es el caso de la “orden ejecutiva” orientada a eliminar las regulaciones que pudieran limitar la emisión de gases como consecuencia del uso de carbón como combustible. También la apertura de la opción de realizar perforaciones en tierras de propiedad federal, como los parques nacionales, la puesta en marcha de un discutido oleoducto entre Dakota e Illinois, o el nombramiento de Scott Pruitt, confeso incrédulo en los efectos del dióxido de carbono, como director de la Agencia de Protección Ambiental.

Semejante hostilidad hacia el manejo concertado de la acción internacional frente una amenaza común, tenía el precedente de cuando afirmó, en 2012, que la idea de cambio climático era una creación de y para los chinos, orientada a hacer menos competitiva la industria de los Estados Unidos. Solo que, para la época, lo que dijera un empresario convertido en personaje de televisión distaba mucho de tener las consecuencias de lo que diga, para propios y extraños, un Presidente de los Estados Unidos, que tiene cierto tipo de obligaciones en favor de la armonía mundial.

Los primeros ofendidos con la negación y el retiro del compromiso adquirido en la Cumbre de París, son los propios americanos que creen en la causa del medio ambiente, los que rechazan el populismo como argumento de Gobierno, y los que piensan que los Estados Unidos no deben abandonar ciertos rezagos del liderazgo que una vez ejercieron en el mundo occidental. Los demás son los líderes de países amigos, sorprendidos por la elevada dosis de insolencia en los recientes encuentros de la OTAN y los G7, que pusieron en evidencia no solo el despiste del Presidente americano en materias internacionales, sino su idea equivocada de tratar de comportarse, sin merecerlo, como el jefe de la manada. De manera que con su actitud, y su ineptitud, deja libres espacios que otros tienen que llenar, en una nueva configuración del escenario.

Quien mejor representa el asomo de un nuevo paisaje en la cumbre del liderazgo del mundo occidental es Emmanuel Macron, el nuevo presidente francés, que no ahorró esfuerzos para mostrar su disgusto y su total falta de reverencia hacia Trump, y que, para responder al anuncio del retiro americano del Acuerdo de 2015, habló inusualmente en inglés, desde el Palacio del Elíseo, para invitar a los científicos, investigadores y empresarios estadounidenses a que vayan a Francia a trabajar en la lucha contra el cambio climático, y sugirió al mundo entero a reciclar el famoso slogan de Trump en favor de “América grande otra vez”, para convertirlo en el propósito de “hacer nuestro planeta grande otra vez”.

Como solía suceder cuando los príncipes no habían madurado para gobernar con la prudencia requerida, algunos asesores del Presidente de los Estados Unidos saltan a justificar las extravagancias y yerros del patrón. Como lo ha hecho la embajadora ante Naciones Unidas, Nikki Haley, que haciendo gala de argumentación de malabarista ha salido a decir que el hecho de que los Estados Unidos se hayan salido de un club no significa que no les importe el asunto, y que el Presidente efectivamente cree que el clima del mundo está cambiando en parte debido a la polución, y que se ocupará del tema, sin que el resto del mundo tenga que decirles a los Estados Unidos qué es lo que tienen que hacer.

Las anteriores razones hacen pensar que Trump y su equipo obran como si quisieran que el águila americana vuele de para atrás. Al pasar a figurar en la lista de los renegados de los acuerdos de París, junto con Nicaragua y Siria, surge un precedente que parece ir en contra de lo que hasta hace poco se hubiera esperado del liderazgo de la nación más poderosa de la historia. El nacionalismo excluyente y arrogante, el desprecio por una causa común de la humanidad, justificado con argumentos que dan vergüenza, y el ejercicio de un liderazgo negativo, solo contribuyen a que no solamente en Europa, sino en todos los escenarios del mundo donde actúan, los Estados Unidos sean vistos en adelante, como lo dijo la ex presidenta de Irlanda Mary Robinson, como un Estado “malicioso”, o por lo menos cada vez menos confiable.