La presidencia del 2018-2022

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Cecilia Lopez Montaño

Cecilia Lopez Montaño

Columnista Invitada

e-mail: cecilia@cecilialopez.com



Al observar el panorama político actual, surgen una serie de reflexiones que conducen a varias preguntas. En primer lugar, sorprende la cantidad de precandidatos que existen actualmente cuyo número crecerá sin duda en los próximos meses. Por lo menos en la historia reciente, jamás se había visto que tantas personas estuvieran interesadas en competir por el mayor cargo político de la nación.


Hasta el momento se anuncian casi 20 nombres y por los rumores que se escuchan, esta cifra podría llegar fácilmente a 30. Cuando se analiza la situación del país y lo que puede significar para el próximo periodo presidencial, el cual probablemente será el más complejo de por lo menos este siglo, la pregunta evidente sería, ¿no es realmente sorprendente que tantas personas, hombres y mujeres, se candidaticen para manejar semejante reto?

Lo primero que surge es la preocupación de si existe conciencia realmente sobre lo que significa la responsabilidad de poner en marcha la etapa del posconflicto, en una sociedad llena de odios y de profundas e irreconciliables diferencias sobre lo que debe ser Colombia, ahora y en el futuro. Y esta preocupación es mayor cuando se empiezan a analizar las ideas que vagamente se proponen como temas cruciales de la campaña presidencial. La corrupción, sin desconocer su gran importancia o volver trizas los Acuerdos de Paz, son algunas de las ideas que circulan, pero que solo demuestran la incapacidad de los candidatos o su partido político, de comprender el momento que vive el país.

Terminar el conflicto con las Farc, quienes han demostrado más paciencia que muchos ciudadanos, no acaba con los problemas graves que tiene Colombia. Eso es cierto. Pero lo que no puede desconocerse es que sí se está generando una serie de cambios profundos en la democracia colombiana y en la vida de mucha gente, especialmente en el área rural del país. Por primera vez en décadas, temas tan cruciales como el de la tierra están en el debate nacional, en medio de la rabia de quienes se han adueñado de ella a través de nuestra historia. La democracia tan limitada en que han vivido los colombianos, empieza a expresarse por medio de continuas protestas sociales, como sucede en las democracias maduras. Ya el pecado de asociar el descontento ciudadano con afiliación a la guerrilla, está desapareciendo para bien de esta sociedad. Son solo dos ejemplos de cambios de fondo.

Pero estos dos temas, para empezar, ni siquiera son parte del debate de una política mediocre y desconectada de la realidad social y económica. Todo se limita a la mecánica politiquera, al odio, a crear desconfianza, a ganar destruyendo. Aquellos que no juegan a esto creen que el camino es la neutralidad, no comprometerse con nada, una posición tan perversa como cualquiera de las anteriores. El país no está para debates limitados y superficiales, ni menos para posiciones neutrales, y eso es lo que se perfila hasta ahora.

Una segunda pregunta que surge es por qué, cuando el ejercicio de la presidencia esta por el suelo, cuando los políticos están tan desprestigiados, ¿tantos quieren llegar al máximo nivel del ejercicio de la política nacional? Sin duda, debe haber algunos que comprenden el nivel de responsabilidad que tendrían que asumir en un momento tan complejo como el periodo 2018-2022; pero no faltarán entre tantos precandidatos, quienes ven en la política una manera de tener mucho más poder que responsabilidades.

Lo positivo es que las mujeres se lanzaron al agua, probablemente con muchas ventajas que algunos de los hombres en esta lista, que no tienen ni el mérito o las capacidades para manejar este país. Cabe aquí el dicho: amanecerá y veremos.