Sucedió en Uribía

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Como en los tiempos de “las rangers”, entraron a Uribia en medio de una ruidosa polvareda, cuando de las dunas del desierto comenzaba a brotar el aire caliente de las tres de la tarde. La parada en Riohacha se había prolongado, aunque todos coincidieron que era el único lugar en donde “tanquear con buen chivo guisa’o y tortuga.” Las camionetas blindadas se parquearon a cada lado de la Plaza Colombia, considerado el mejor escenario para materializar los propósitos de lanzar la candidatura presidencial tal y como lo habían planeado desde Santa Marta.


Dicen los historiadores que la antigua ranchería wayuu de Chitki se refundó con el nombre de Uribia en 1935, en honor al caudillo liberal Rafael Uribe Uribe; cuentan que el capitán Eduardo Londoño, quien era el delegado del Gobierno Nacional en el acto fundacional, escribió que este “había sido un acontecimiento de la mayor trascendencia en la vida salvaje de La Guajira”. Sin lugar a dudas esta afirmación era de un cachaco, del mismo capitán que para convencer a los wayuu llegó a usar wayuco (¿Se lo imaginan?) y así obtener el favor de los indios, de quienes decía lo trataban con un respeto y unas consideraciones casi monárquicas: “...cuando llego a una ranchería, el jefe de la tribu me recibe con honores reales; el mejor rancho, la mejor hamaca y la comida mejor son para mí.”

De los carros descendieron muchos más hombres que mujeres con mochilas terciadas, ávidos jóvenes estrategas, cargaladrillos y comités de aplauso. Lucían desafiantes y dispuestos a tomarse el poblado a la primera arenga. El acto estaba previsto para las cinco, cuando el sol bajase. Inmediatamente corrieron a desembarcar equipos de amplificación, pancartas, pasacalles, panfletos, refrigerios y tarima. Apenas había tiempo para dejar, a punta de carreras y de gritos, todo en orden, mientras el candidato recibía los informes de rigor de los nativos que más asustados que contentos le daban la bienvenida:

- No sabemos si se pueda realizar el evento hoy en Uribia. No hay un buen ambiente, compañero.

- Eso es imposible. El lanzamiento va porque va. Tiene más reversa un tiro.

- Bueno compañero, usted sabrá, pero la gente está molesta y nosotros no queremos correr ningún riesgo. Dicen que porque usted le echó vainas a los candidatos a la gobernación en las pasadas elecciones.

- Déjeme eso a mí, compañero. Procedan a montar la tarima. Vamos apúrense, partida de incapaces y de flojos.

A medida que avanzaban los trabajos de logística, atraídos por la bulla del acelere y los atafagos, se acercaban personas desprevenidas que al parecer solo venían a curiosear. Pero no, fueron cerrando en círculo al grupo de recién llegados, los miraron de arriba abajo sin pestañear, hasta que las voces más estridentes comenzaron a sonar: “...no vamos a permitir que ese lanzamiento se haga aquí...de ninguna manera...no queremos que lleguen más corruptos a Uribia...estamos en La Guajira...vayan a hacer ese lanzamiento en otra parte, en Santa Marta de donde vinieron...aquí no los queremos (...) mientras los iban empujando y escoltando a sus vehículos de alta gama, para que se “fueran con su música a otra parte.”

El capitán Londoño tenía razón entonces, cuando se imaginaba “a veces encontrarse (en Uribia) en un siglo distante, allá por los días de la conquista, incrustado en un capítulo de aventuras inverosímiles.” Tal vez como esta historia triste de un hecho frustrado, que sucedió en pleno Siglo XXI, porque los guajiros ya se hastiaron de lo mal que los tratan los extraños y advenedizos, que llegan, les roban sus libertades y sus sueños y desaparecen.