De creencias y realidad

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



¿Qué debemos hacer cuando caemos en la cuenta que hemos cometido un error en el conocimiento de alguna cosa? Sobre todo, cuando esa cosa tiene que ver con la búsqueda de una mejor explicación o comprensión del origen del Universo, de la materia viva y, finalmente, del ser humano como una minúscula parte del mundo, pero notoriamente predominante. ¿Debemos responder de manera negligente, o dogmática, o de una manera crítica? Pienso que es mejor dudar o preguntar que mostrar un total desinterés por lo que nos determina. ¿Por qué los humanos tenemos una inclinación hacia las creencias sobrenaturales? El desinterés por las ciencias está marcado por un temor: el temor de transitar por terrenos que han sido vedados por doctrinas que desaprueban todo lo que pueda contradecir el origen sobrenatural del universo y del hombre. Muchas personas inteligentes y cultas experimentan una sensación de que existen fuerzas o energías que actúan en el mundo y que son negadas por las ciencias porque se encuentran más allá de los límites de los fenómenos naturales que entendemos actualmente. Sin pruebas confiables la gente sigue creyendo en dicha circunstancia.

Hablar en pleno siglo XXI sobre la evolución sigue siendo "materia delicada, que al menos en un medio como el nuestro, ni escritores ni órganos de comunicación (distintos de algunas publicaciones especializadas bien escasas por cierto) aceptan incluir en sus páginas" (Uribe, Vicente. El prodigio de la evolución. Panamericana. Bogotá. 2001). Todavía existen muchos intereses que se resisten a aceptar nuestro origen zoológico. Dijo el filósofo Bertrand Russel que en la vida diaria aceptamos como ciertas muchas cosas que después de un análisis más riguroso nos parecen tan llenas de evidentes contradicciones, que sólo un gran esfuerzo del pensamiento permite saber lo que realmente nos es lícito saber o creer.

No debemos olvidar fácilmente que el saber de las ciencias no sólo observa y describe, sino que explica, comprende y, lo deseado, predice. Admitamos que, por diferentes razones, no todo el mundo está dispuesto a reconocer como cierto lo alcanzado por las ciencias, por el sólo hecho de tener la oportunidad de leerlo o de escucharlo. ¿Por qué los humanos estamos tan dispuestos a considerar la posibilidad de lo sobrenatural? Tendemos a interpretar nuestras experiencias o lo que nos cuentan otras personas dentro de un marco sobrenatural porque es un marco intuitivamente atractivo. Las religiones, la actividad paranormal y el pensamiento ilusorio son fuentes de creencias sobrenaturales. Y aunque es evidente que existen muchas cosas que no podemos explicar, no necesariamente indican que sean sobrenaturales.

También es bien cierto que existen numerosas personas que nunca admiten o admitirán que han estado equivocadas […] son aquellas que se "cierran a la banda" y se mantienen, contra "viento y marea", ancladas en cualquier tipo de "argumentos" para seguir apoyando lo que creen. Son de los que nada "sienten" por cualquier nueva explicación que provenga de las teorizaciones o de los experimentos de las ciencias. Rechazan en nombre de cualquier tradición, creencia o interés, los postulados de las ciencias. Son aquellos que, por defecto del sistema escolar tradicional, llegan demasiado adultos al conocimiento sistemático y metódico del mundo. Son los que el profesor y médico-salubrista Héctor Abad Gómez llamaba, en su Manual de la Tolerancia, como dogmáticos, intolerantes, fanáticos […] De tal manera que no alcanzan a distinguir entre una opinión cualquiera (la que consideran como una "vaca sagrada" o como un "castillo inexpugnable") y una argumentación rigurosamente lógica y demostrativa.

Como 'todo vale', tal vez por eso prefieren aceptar las explicaciones más simples, sobre cualquier cosa, ofrecidas muchas veces por el sempiterno enigma de la presencia de fuerzas supremas. De cualquier modo, si queremos avanzar en el entendimiento de la realidad es preferible reconocer expresamente cualquier error en que hayamos incurrido. Para corregirlo y superarlo. La personalidad del hombre de ciencia, por ejemplo, admite, sin ningún ambage de conciencia, que de cualquier error podemos aprender tanto como de los asertos más verdaderos. Einstein, en uno de sus escritos, llamó como su "error más grande" a la constante cosmológica que había introducido cuando estaba construyendo un modelo estático del universo. Muchos hombres de ciencia han actuado de igual manera. Es por eso que las ciencias no tienen ni tendrán fronteras insalvables… ¡Jamás!



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