Hay que poner límites sobre todo al poder

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Víctor Corcoba Herrero

Víctor Corcoba Herrero

Columna: Algo Más que Palabras

e-mail: corcoba@telefonica.net



Nuestro mundo se ha convertido en un mar de olas, donde todas están interconectadas, cada una de ellas con su propia identidad, compartiendo marea con las otras, haciendo familia en definitiva. Al mismo tiempo, por desdicha, este cúmulo de ondas en ocasiones germinan violentamente, otras sin latido, desbordadas por la suciedad de una sociedad achaparrada, que no piensa nada más que en el consumo material.
Para todo hay que poner límites, si en verdad queremos crecer como especie pensante. La prosperidad no puede ser privilegio de unos pocos. Tampoco podemos seguir desvirtuando lo innato, lo natural, a nuestro antojo. Necesitamos que los vínculos no queden en el vacío, que la economía respete los términos de la sensatez, y que no desfallezca la dependencia del bienestar humano con las relaciones sociales y la justicia.

El efecto contagio, para bien o para mal, y mayormente con el vehículo de propaganda que son las redes sociales, viene generando una inseguridad sin precedentes, con el consabido sentimiento de desazón, que nos deja sin nervio y, lo que es peor, sin brújula de orientación. Los ataques ya no vienen solo por tierra, mar o aire, también están en la nube, en los ciberataques, que como ha dicho un dirigente de Naciones Unidas, “deberían estar recogidos en la Carta de las Naciones Unidas, en su capítulo VII, que define las amenazas y quebrantamientos de la paz y los actos de agresión”. Sin duda, sería un buen avance para la humanidad, al menos yo así lo pienso. Pongamos voluntad y paciencia que lo conseguiremos, máxime sabiendo que el sosiego llega después de amasar mucho amor. Como tantas veces he escrito: Uno tiene que verse en el prójimo para que el mundo cambie.

Indudablemente, la justicia social es un principio que armoniza, fundamental para la convivencia pacífica y próspera, dentro y entre las naciones. Por eso, es sustancial poner demarcaciones en todo, también al dominio. Para el escritor y teólogo francés, Fénelon (1651-1715), “ el poder sin límites es un frenesí que arruina su propia autoridad”. Ciertamente, cuando se pierde el ascendente influjo de la valía, es muy difícil dirigir nada, incluso hasta nuestra privativa existencia. Está visto que en todos nuestros proyectos es esencial el trabajo en comunidad, pero los poderosos que suelen ser una minoría privilegiada, tienen que concienciarse de que el poderío también es servicio, entrega y generosidad. No es posible lograr equidad alguna si dejamos en el camino a quienes son explotados social y económicamente. Como tampoco es viable templar superioridad en el pedestal, cuando por ambición se simula ser honrados.

Hay, por otra parte, en algunas cuestiones que no cabe poner límites, por ejemplo a la hora de considerar a todo ser humano más allá de las fronteras ideológicas y confesionales. Dicho lo cual, abatidas las inútiles verjas, es crucial para el desarrollo mundial activar líneas de actuación que nos reconduzcan a planteamientos integradores. La brecha que cohabita entre los más pobres y los más ricos en el mundo ha crecido como jamás, acrecentando de este modo los conflictos violentos que tiene sus raíces en tantas injusticias vertidas, con notoria discriminación y pobreza generalizada. En esto sí que hay que ponerse manos a la acción y ahondar en la capacidad de discernimiento. Hoy por hoy, en el mercado laboral, los jóvenes, los migrantes, las mujeres y los indígenas son los que más a menudo sufren desempleo. También reciben los salarios más bajos o bien ningún ingreso.

Es indispensable un cambio para construir sociedades avanzadas libres, inclusivas y equitativas, con vocación ecuménica. Tenemos que despojarnos de toda arrogancia dominadora, que lo único que fomenta es el atropello, en lugar de ponernos en asistencia a todo aquel que nos necesita. Ya lo decía Cervantes en su tiempo: “la ingratitud es hija de la soberbia”. En este sentido, no se puede permitir que la República Popular Democrática de Corea, continúe lanzando misiles, violentando resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Este afán de provocación lo que hace es aumentar mucho más la tensión en el mundo. O ponemos límites para ser cumplidos o esta carrera armamentista nos lleva a la autodestrucción. Yo me quedo con la rogativa de Gandhi: “Mi arma mayor es la plegaria muda”.