Pensar y proceder sin Odebretcheque

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jairo Franco Salas

Jairo Franco Salas

Columna: Opinión

e-mail: jairofrancos@hotmail.com



La mermelada, el ají, o como lo quieran llamar ha permanecido como “agilizador”, en la contratitis Colombiana; todo por debajo de la mesa antes; hoy frente a frente y en efectivo, no en cheque para que no queden pruebas. El soborno que se mueve dentro de nuestra sociedad es inocultable y es el generador de muchas conductas delictivas.

El ordenamiento jurídico del antiguo Egipto, contemplaba que cualquier Juez que aceptara una recompensa o soborno de un litigante y se negara a escuchar al adversario, era culpable de crimen en contra de la justicia y sujeto a pena capital. El término “engrase”, como también se conoce lo que se entrega para obtener lo pretendido, estableciendo y perpetuando ese mal terrible que es la corrupción, se convirtió en un problema endémico en los países en vía de desarrollo como el nuestro. Claro está que la corrupción, se origina en el comportamiento errado del ser humano que incrementa e induce un sistema político, al igual a la sociedad que pertenece. Razón tenía Juan Jacobo Rosseau, cuando expreso: “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”; de allí que los protagonistas políticos, no son individuos fragmentados que reflejan su socialización y su constitución psicológica, actúan para beneficio personal y directamente mostrando lo que son y a los grupos que pertenecen.

Ante esta situación, se requiere impulsar la creación de proyectos y acciones que erradiquen conductas anómalas, que como sobornando a Raimundo y todo el mundo se puede conseguir lo que se quiere y que permitan volcar la mirada de todos hacia horizontes como un gesto de compromiso y un pilar fundamentas para el desarrollo y el cambio social. Sería importante implementar un plan de contingencia que aborde diferentes instancias, tanto públicas como privadas, que propicien el desarrollo, el fortalecimiento y conservación de nuestro patrimonio reflejado en valores. Entre estas cabe destacar la participación activa de la comunidad educativa: Docentes, Padres de Familia, Estudiantes, quien pueden coadyuvar a impulsos de verdaderas campañas que enfrenten y ataque la corrupción mucho antes que se ocupen cargos públicos o privados.

Para desarraigar esta conducta, se necesita un descomunal esfuerzo de todos que con honestidad, dignidad, decencia e integridad, articule acciones y catapulte este mal; así se logrará un mejoramiento en la calidad de vida de los Colombianos desde muy niños. En otras palabras se requiere anteponer de manera constante los principios éticos al logro de metas que ameriten y realcen el honor y no continuando con salidas en falso; tampoco permaneciendo en ese escenario miserable, que llamará siempre dolor, terror y vergüenza.

Exhortamos aunar esfuerzos para acabar con este cáncer que es la corrupción, bajo escenarios de expresión colectiva; reiteramos la educación es la base estructural para el verdadero cambio de conducta en eso individuos. Pero aun la misma educación debe estar sometidas a ciertos de paradigmas, a lo que vox populi se conoce como hecha la ley, hecha la trampa; donde aspectos como el sentido de pertenencia, autoestima, el respeto y los valores morales se constituyen en reto para todos en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Cuando estos principios básicos no se practican, el individuo pierde el pudor y no le interesa que lo señales o lo critiquen.

Un matrimonio al que debemos apuntar y considerar siempre mujeres y hombres, es el de consolidar un correcto actuar en cualquier escenario en nuestras vidas y en el trascurso de las mismas. Como pensemos y hablemos seremos oídos, como procedamos también.