¿Será nuestro destino como Estado, la inviabilidad?

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Escrito por:

Arsada

Arsada

Columna: Opinión

e-mail: armandobrugesdavila@gmail.com



La pregunta me la hice, habida cuenta que por estos días un exitoso noticiero de televisión entrevistó a dos grupos de prestantes figuras del acontecer nacional, en lo relacionado con la corrupción en el país; estamos hablando, por una parte, del Fiscal, el Procurador y el Contralor de la Nación, y por la otra de prestantes figuras de la industria como William Bruce Mac Máster, presidente de la Andi, y Jorge Robledo, candidato a la Presidencia por el Polo Democrático, y sinceramente la desazón en que quedé fue manifiesta.


En el primer grupo se llegó a plantear, por parte del entrevistador, sobre la necesidad imperiosa de agregar a ese grupo de tres mosqueteros, así los llamó, un cuarto y mi sorpresa fue grande cuando señaló que el cuarto debería ser un representante de la empresa privada.

Como si no fuera suficiente que la elección de los tres hubiese sido por elección del Honorable Congreso de la República, ente considerado como el más grande e importante nido de corrupción del país, por lo menos esta es la opinión de una mayoría de colombianos. La filosofía popular es clara; el olmo no puede producir peras.

Sin embargo, el que se mostró más consecuente con el problema y sus posibles soluciones fue el contralor general de la República, Edgardo Maya, quien alcanzó a expresar que el tema era tan complejo que requería de la participación de todos y cada uno de los colombianos.

En la entrevista a Bruce Mac Máster, presiente de la Andi y Jorge Robledo, los dos sin querer queriendo, con mucho disimulo y tino comenzaron a sacarse los trapitos al sol y de alguna manera concluyeron en lo mismo: que el asunto era tan complejo que igual requería de soluciones más que complejas. Mejor dicho, no dijeron nada que apuntara a la solución de la situación.

Luego aparece la campanita de Peter Pan en el Congreso, Claudia López, con su propuesta de iniciar el rescate de la moral pública conminando a los electores a votar por una consulta popular de siete puntos, con la cual se obligaría a los políticos aspirantes a concejos, asambleas, Cámara, Senado y Presidencia de la República, entre otras cosas, a limitar el período en las corporaciones públicas, propuesta que en conjunto, además de lógica, resulta justa; sin embargo, a la senadora se le olvidó poner también como causal de inhabilidad para dichos aspirantes, la comprobación del uso de los paraísos fiscales que tanto daño le están haciendo a las economías de América Latina.

La propuesta fue recibida, en términos generales, con beneplácito, pero de inmediato también saltaron voces como la de Alfonso Cuellar en la Revista Semana, quien la calificó de inocua.

Definitivamente, a los colombianos nos mata la inmediatez; pretender que un proceso de dos siglos lo podamos redireccionar en una década, es sencillamente una ilusión que bordea los límites de la estupidez.

Aunque parezca increíble, en esta búsqueda angustiosa nadie menciona a la educación. Al parecer, no se quiere apostar un peso por ella en este proceso de restructuración del comportamiento ético nacional; no obstante, participar la mayoría de los colombianos, incluido el establecimiento, en la idea de que pretender cambiar el comportamiento social de un país sin tocar su modelo pedagógico, es simplemente una solemne majadería.

Si bien es cierto que por algo hay que empezar, y en eso tiene mucha razón la Senadora, ese inicio debe ser por la parte más obvia, la educación y no precisamente referido a los tiempos, sino al cómo y al qué vamos a enseñar. No se trata de copiar modelos pedagógicos, es crear nuestros propios patrones educativos que nos permitan hacer de la adquisición del conocimiento algo placentero y del respeto por el otro un imperativo cultural.

En el mientras tanto, tocará seguir en este desconcierto que nos tiene al borde de una inviabilidad que como sociedad no conviene a nadie.