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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Amilkar Acosta Medina

Amilkar Acosta Medina

Columna: Opinión

e-mail: amylkaracostamedina@gmail.com



La actividad extractiva en Colombia, una de las cinco locomotoras del crecimiento del Plan de Desarrollo 2010 – 2014, a mitad de camino se desaceleró a consecuencia del debilitamiento de la demanda externa por materias primas concomitantemente con el desplome de sus precios, siendo los del petróleo los últimos en caer.
La ralentización del crecimiento de la economía global, especialmente de las economías emergentes, encabezadas por China, la apreciación del dólar y en el caso del petróleo su sobreoferta en el mercado, le pusieron fin a un largo ciclo de precios altos. A partir de 2012 empezó a darse un reflujo de la inversión extranjera, comenzó a frenarse la actividad extractiva y con ella el crecimiento del PIB, las exportaciones decayeron y las rentas percibidas por el Estado se esfumaron.

La gran recesión que se originó en el 2008, dando lugar a la que denomina la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, “nueva mediocridad” del crecimiento, se ha prolongado más de lo esperado, al punto de que ya se habla del “estancamiento secular” de la economía global, impidiendo un mayor repunte de los precios de los commodities. Ello ha resentido la economía colombiana y desde luego al sector, que en lugar de jalonar su crecimiento, como lo venía haciendo, lo está lastrando, excepción hecha de la refinación de crudo, gracias a la entrada en operación de Reficar, que ha quintuplicado el crecimiento industrial pasando este de crecer 0.8% en los primeros once meses del 2015 a 4.5% en el mismo periodo de 2016.

A Colombia la ha afectado no solo la caída de los precios del crudo sino también la caída de la producción de un 11.3%, la cual se ha venido alejando cada vez más de la meta del millón de barriles/día, que ha terminado por replantearse en el Marco Fiscal de Mediano Plazo. Y las perspectivas no son las mejores, habida consideración de la caída en la actividad exploratoria, que apenas empieza a reactivarse y la perforación de solo 16 pozos en lo corrido del año.

El horizonte de autosuficiencia petrolera se reduce inexorablemente a menos de 5 años y las esperanzas de espantar el fantasma de la importación están puestas en los nuevos incentivos fiscales e impositivos, especialmente para la actividad off shore, en donde el país tiene prospectos muy promisorios. Mientras tanto, la mayor apuesta está en el mejoramiento del recobro, para pasar del 18% actual al 25%.

La actividad minera, en cambio, acusa un resurgimiento, que viene de la mano con la mayor demanda y los mejores precios; especialmente la producción de carbón que venía de capa caída y en este momento, de mantenerse el ritmo que trae en el último trimestre del año anterior podemos estar cerrando el 2016 con un volumen de producción de 90 millones, 8 millones más que el año anterior. Según los pronósticos de la Asociación Colombiana de Minería, la producción de níquel, después de un bajón que tuvo, ahora su producción tiende a estabilizarse alrededor de las 37.000 toneladas en el 2016 y el oro estaría cerrando entre 250.000 y 260.000 onzas.

En los últimos meses se le ha dado un renovado impulso a la actividad minera por parte de la Agencia Nacional Minera, al destrabar los trámites de los títulos y la Autoridad Nacional Ambiental al agilizar la expedición de las licencias ambientales. Hacía más de 20 años que no se columbraba un nuevo emprendimiento minero a gran escala, ahora son cuatro de ellos los que se asoman y muestran un futuro prometedor para la minería en Colombia. Son ellos: el de Gramalote a cargo de la Anglo Gold Ashanti, Cisneros de Antioquia Gold, Santa Rosa de Osos de red Eagle Mining y en Buriticá la Continental Gold. Sigue en veremos, entre otros, el de La Colosa en Cajamarca (Tolima).

Además de la extracción ilegal del mineral, contra la actividad minera en Colombia conspiran su pésima reputación, la gran conflictividad social que la circunda y la falta de seguridad jurídica.

Para desactivar estos factores de riesgo y superarlos se impone un gran diálogo social, sobre todo, de cara al posacuerdo con las Farc, que permita que en la minería en Colombia primen las buenas prácticas, tanto técnicas como sociales y ambientales, que hagan de ella una actividad incluyente, resiliente y competitiva. A ello contribuirá mucho la membrecía de Colombia a la Iniciativa para la Transparencia de la Industria Extractiva (EITI, por sus siglas en inglés), de la cual ya es candidata a tenerla. En suma, la actividad extractiva en Colombia, aunque con dificultades empieza a reanimarse y va cuesta arriba hacia el 2017, que puede ser el punto de inflexión.