Altruismo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Andrés Quintero Olmos

Andrés Quintero Olmos

Columna: Pluma, sal y limón

e-mail: quinteroolmos@gmail.com



¿Es el humano naturalmente generoso o egoísta? ¿Puede el humano ser incentivado hacia el altruismo? Esa son las preguntas que trató de responder el columnista de The New York Times, David Brooks, en una columna intitulada “El poder del altruismo”. En ella describe cómo nuestras sociedades occidentales han creído erróneamente que el humano es fundamentalmente egoísta: desde Hobbes que decía que “el hombre es un lobo para el hombre”, pasando por Maquiavelo que argumentaba que el fin justificaba los medios y hasta Freud que calificaba al infante como un ser implacable.


Muchas de las teorías económicas también parten de la misma premisa que el humano asienta sus decisiones en su propio interés y no en el de los demás. Sin embargo, esta visión del humano-egoísta parece ser equivocada. Por ejemplo, ¿es el humano connaturalmente un free-rider, es decir, un aprovechador de las cosas que obtiene gratuitamente? Uno pensaría que sí porque intrínsecamente es un ser interesado, pero ¿qué sucede, cuando alguien voluntariamente o por vergüenza pide pagar por algo que obtiene gratuitamente? ¿No es esto un indicio de altruismo?

Brooks utiliza el siguiente estudio realizado por el investigador Mathieu Ricard para señalar la nata generosidad del humano y el inesperado efecto de incentivar la nobleza: si un niño de 18 meses ve que a un adulto se le cae una pinza, el crío inmediatamente lo recogerá y se lo devolverá al adulto sin titubeos. Si el adulto recompensa al niño, según el estudio, esta generosidad podría bajar hasta un 40% en los próximos experimentos. ¿Moraleja? El desinterés surge naturalmente en el humano y este disminuye si es incentivado, muy a pesar de lo que comúnmente creemos. Este constato se explica de la siguiente manera: incentivar el altruismo sería suponer que el hombre es evidentemente codicioso, y para no serlo tendría uno que educarlo hacia lo contrario, lo cual de forma irrevocable haría reducir su capacidad innata hacia la caridad. Por eso, mientras más las sociedades o los Estados incentiven la generosidad, menos esta se materializará. Por ejemplo, si se crean incentivos fiscales para la filantropía, la gente donará menos porque se partirá del hecho que es normal que el humano no done. Desaparece la dadivosidad justamente cuando se trata de recompensarla.

Tomemos el siguiente estudio del economista Samuel Bowles: un colegio estableció la política de multas para los padres que llegaran tarde a recoger a sus hijos. ¿Cuál es el resultado? El número de padres que llegaban retrasados se duplicó. Antes de la instauración de estas multas, los padres trataban de no llegar tarde por consideración con los profesores. Ahora con el sistema de multas, ya el dilema para los padres no era moral sino económico: recoger tarde a los hijos pasó a ser un costo económico. De esta forma, si uno toma como premisa que las personas son egoístas per se, haremos disminuir en ellas su normal tendencia hacia la bondad.

@QuinteroOlmos