Maestro, patrón, jefe…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


...son vocablos del masculino que denotan respeto, pero también sumisión.
Se pregona que son las palabras de moda en Santa Marta, las que reemplazaron al muy samario “ñía”, al “cuadro”, y al mismísimo “llave” y al “llavecita” del bacán barranquillero. Estas, expresiones de amistad, de compadrazgo, complicidad y de igualdad. Maestro, patrón y jefe valen para personas de cualquier condición y edad: “¿A dónde lo llevo, maestro? (...) Bien cuidadito, patrón (...) ¿Le limpio, mi jefe?”

En algún momento debió haber un quiebre, una ruptura, en la sociedad samaria, para que se extendieran como verdolaga en playa estos términos, que no son adagios, no son refranes ni modismos propios y originales. Aparecieron como “ganchos” publicitarios para atraer clientes, ofreciéndoles toda suerte de trabajos informales en las esquinas, zonas verdes, parques, plazas, entradas a centros comerciales y supermercados, en la puerta de restaurantes, cines, tiendas y comercios, a la hora del café, en el semáforo, al ciclista y al peatón.

Ese quiebre -años ochenta, noventa, anteriores y siguientes-, años de violencia y de guerra en el campo de los que apenas ahora comenzamos a sacudirnos, de desplazamiento forzado, de altos índices de desempleo y de negocios informales e ilegales no tiene otra razón de ser que, ante las débiles respuestas de economías tan frágiles y endebles, Santa Marta sufriera curiosas transformaciones en el léxico e incorporara en su lengua materna Caribe esas y otras acepciones ajustadas más a las formas rurales que a las urbanas:...dígame patroncito...mande...¿Para qué soy bueno?...ordene no más, jefecito, con falsos diminutivos, como si se tratara de una entrega total e incondicional.

Maestro, patrón y jefe llegaron para quedarse. Lo guarda en su memoria el Plan Territorial de Desarrollo Distrital 2016-2019 “Unidos por el Cambio, Santa Marta Ciudad del Buen Vivir”, al decir que: “...el 58% de los samarios siente que en Santa Marta no se dan oportunidades para salir de la pobreza”, al tiempo que registra una informalidad superior al 57%. No es mucho, maestro ¿Qué le puedo decir de esto, patrón? No sé qué pensar, jefe...para finalmente justificar o explicar que la ciudad en 2014 ocupó el puesto 14º entre 22 ciudades, por un desempeño productivo calificado como bajo, por la calidad del capital humano y de la infraestructura.

Es que la venta de minutos, maestro; las carreras en moto-taxi, patrón y, la venta de fritos en las esquinas, jefe; no son precisamente las actividades económicas que van a aumentar el desempeño productivo en la ciudad; único desempeño necesario para combatir en serio la pobreza y el único capaz de generar riqueza, para producir empleo, mejores ingresos y bienestar general. La economía y los economistas de hoy se preguntan si ¿será que en ciudades con tan pocas oportunidades, sus habitantes tienen bajas aspiraciones o expectativas y metas más fácilmente realizables?, queriendo decir que, ante la falta de oportunidades, nos hemos fijado “metas felices fáciles de lograr”.

Nos resignamos, maestro. Queremos ser felices, patrón. ¿Para qué productivos, jefe? A pesar que se pregona a los cuatro vientos que el potencial de desarrollo viene de las fuerzas de adentro de la sociedad, del sistema y del ecosistema y de los recursos que nos da la naturaleza, ignorados y desconocidos por quienes se empeñan en usar una lógica convencional que no sabe que el verdadero cambio proviene de agentes tradicionalmente reducidos a un ejército de reserva, mal llamado ‘economía informal’, que no tiene cabida en el modelo racional de elección, que nos resuelve la disyuntiva entre resignación y emprendimiento.