La trayectoria errática del péndulo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Pareciera que estamos ante un movimiento pendular que no es ya el de la tradicional oscilación entre derecha e izquierda.


Una serie de hechos, contrarios a predicciones y argumentos en apariencia contundentes, ha mostrado que el péndulo que marcaría el ritmo y el sentido de la vida política occidental se mueve de manera anómala, atraído por la presencia de nuevas energías. No se producen ya las tradicionales oscilaciones entre puntos relativamente conocidos. El impulso no alcanza para llegar hasta ellos. En cambio, han aparecido alternativas intermedias y fuerzas que hacen su curso errático y difícil de comprender. Los gobernantes, y los orientadores tradicionales de la vida política, han debido ser los primeros en advertir esos desvaríos, marcados por nuevos sentimientos populares, cada vez más complejos e independientes, y concebir fórmulas para entenderlos y manejarlos. Pero no lo han hecho porque viven atados a programas, creencias y obligaciones, que les quitan toda flexibilidad. Así que el camino ha quedado despejado para que irrumpan actores nuevos, que desdibujan los proyectos de los partidos y arman propuestas llenas de pragmatismo que llegan con facilidad al alma de la gente, con argumentos elementales, y la motivan a ejercer su cuota de poder en favor de un cambio hacia lo desconocido. Oficio hay para los pensadores, porque alguien tiene que ocuparse de orientar los procesos políticos, para ayudar a configurar nuevas instancias de la democracia, antes de que los improvisadores la lleven al colapso.

No faltará quien piense que la muerte de Fidel Castro remata una serie de golpes que marcarían el punto de retorno del péndulo para volver vigorosamente hacia la derecha, luego del triunfo de las posiciones extremas de Donald Trump, la imposibilidad política de reemplazar a Angela Merkel, el fracaso indiscutible de François Hollande, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea inspirada por Nigel Farage, la permanencia de Mariano Rajoy en el poder, la victoria de Mauricio Macri, la caída de Dilma Rousseff, la marcha triunfal de Recep Tayyip Erdogan y el fortalecimiento de la derecha francesa. Cuadro desfavorable a la izquierda que se completaría con la cotidiana demostración de inhabilidad de Nicolás Maduro para sacar adelante a Venezuela, el aplazamiento de los éxitos de Alexis Tsípras y el freno a la secuencia reeleccionista en Ecuador y Bolivia.

Nada más arriesgado que confiar en esa interpretación, porque el retorno del péndulo no lo llevará necesariamente en la dirección opuesta. La opinión ciudadana vive una experiencia de emancipación, animada por medios de comunicación que le permiten disfrutar de nuevas dimensiones de la libertad de expresión. Los votantes han desbordado la capacidad de la clase política y de sus anacrónicos partidos, y se agrupan de manera diferente. Las afiliaciones políticas tienden ahora a ser modulares y a adaptarse a combinaciones hasta ahora no pensadas. Los cargos de conciencia por cambiar de idea y transgredir fronteras han desaparecido; por el contrario, existe una especie de disfrute de la condición errabunda y de la posibilidad de acoger propuestas y valores de distintas fuentes, según el interés personal en una u otra materia.

A ese ritmo, la creencia misma en el supremo valor de la voluntad popular, expresada de manera tradicional en las urnas, está en crisis. La apelación a la consulta ciudadana puede tomar el rumbo más extraño. Así lo demostraron los británicos cuando votaron en favor del Brexit, los colombianos cuando rechazaron un acuerdo de paz que les habían anunciado como inmodificable y definitivo para el curso de su historia, y los estadounidenses cuando eligieron a un candidato que se ufanaba de comportamientos que en otra época le habrían llevado al fracaso. También lo demostró el Primer Ministro griego cuando convocó a un referendo del que salió victorioso, para claudicar horas más tarde ante el empuje de la Unión Europea y contra la voluntad de su propio pueblo. Los críticos sostienen que, ante el reto de manifestarse sobre cuestiones de fondo, los ciudadanos, por lo general sin formación política, terminan arrollados por las máquinas del mercadeo político, que defienden otros intereses, por el ejercicio abierto del poder en sentido contrario, o por circunstancias externas insalvables.

El capitalismo despiadado no entusiasma sino a sus beneficiarios. En su contra surgen voces que ya en los propios Estados Unidos se atreven a rebelarse contra Wall Street, como lo hizo Bernie Sanders en la campaña demócrata, acompañado de la euforia de los jóvenes mejor educados. El paternalismo estatal anima principalmente a quienes, tal vez sin advertirlo, terminan obrando como esos feudales estrictos y bondadosos a quienes se quiso reemplazar con las revoluciones de hace más de dos siglos. Las ideologías atraen menos que las religiones. La derecha, con remedios homeopáticos, no parece capaz de solucionar las enfermedades del sistema que defiende. La izquierda se ha vuelto estéril y anacrónica, sin que dé muestras de ser capaz de darle vida y nuevas formas de expresión a sus postulados fundamentales. Los partidos políticos no ofrecen, desde sus posturas tradicionales, soluciones creíbles. Mientras el mundo sigue, desde Estambul hasta Los Ángeles, movido por nuevas fuerzas, en una carrera sin saber hacia dónde va.