Mi amigo cubano, Emilio Fernández de Armas, soñaba al menos una vez a la semana con que le cortaba las barbas a Fidel. El sueño se repetía, una y otra vez, por el trauma de infancia de Emilio, de haber crecido en la revolución, lo cual significó que Fidel le robó su futuro y los bienes de su familia, le partió a su núcleo familiar, le racionalizó la comida, lo obligó a pasar hambre y necesidades y lo condenó al desagradable sabor de la crema de dientes rusa, la cual decía él que aún podía saborear.