La paz esnob

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Me reí con ganas hace unos días cuando, en algún video de Facebook, pude ver cómo una actriz de la televisión colombiana, en plena plaza de Bolívar de Bogotá, repetía rítmicamente para sí, con los ojos cerrados, y en aparente trance de humo, el mantra “paz, paz, paz...”
, como cuando se practica el famoso “Om” de los budistas y demás místicos. Ridículo. Ridículo y contraproducente, si ella creía que con eso iba a invocar a algún espíritu distinto al de las palomas de la plaza. Evidentemente, no ayudaba mucho el chiste uribista que acompañaba el video: “¿los acuerdos eran para fumarse?” Es cierto: actitudes como esa, que, aunque al principio mueven a risa, en el fondo son irritantes, porque banalizan un asunto muy serio: la paz. A estas alturas, todos los colombianos sabemos que la paz no es la simple ausencia de guerra (o manifestar el deseo de su ausencia). Es algo muy complejo, que requiere más inteligencia que emoción. La paz no es el freno al dedo que tira del gatillo, sino la convicción de no tomar el arma en primer lugar. Y, por eso, llegar a ella es tan difícil.

En principio uno podría verse tentado a pensar que es obvio que las razones por las cuales alguien apoya la paz, en el fondo, no importan. Pues la paz, entendida como el triunfo de las formas civilizadas aun en la presencia de un conflicto (y no inexistencia de desacuerdo), es uno de los pocos sobreentendidos en los que no vale la pena detenerse a dudar. Ojalá fuera, la paz social, algo que todos diéramos por sentado (ninguna muerte violenta está, en realidad, justificada, si lo pensamos bien). Pero esa no es la realidad de las cosas. Por eso, entre otras razones, existe lo público: el derecho y, su apéndice, el Estado: para limitar la esfera privada de acción, su descontrol.

La realidad de la vida en sociedad indica que aquellos que apoyan la paz porque no conocen y, sobre todo, porque no quieren conocer la guerra, le hacen un flaco favor a los que sí la han padecido y siguen sufriéndola. Esto es así por cuanto no saber qué ha dado origen a determinada confrontación, y asumir que las causas de tal son la simple intransigencia de unos u otros intolerantes, no es sino la garantía de perpetuación del odio en los que sí participan directa o indirectamente en las hostilidades. Es por esto mismo que los uribistas se unen y no dan su brazo a torcer: ven, en la ignorancia de unos pacifistas que “desean la paz porque sí”, lo que en el fondo hay: la incapacidad de entender el dolor que lleva a la venganza. Esa incapacidad cognitiva, que no es sino otra cara de la inmadurez, descalifica, a los ojos de los guerreristas, a aquellos otros: “¿para qué siquiera intentar ponerme de acuerdo con quien cree que actúo por capricho?”.

Habérsela jugado por la paz no puede impedir identificar también los que tantos ven como puntos débiles de unas negociaciones con grupos armados ilegales, que es lo que, tanto las Farc como el ELN, son y van a seguir siendo hasta su fin definitivo. Debería ser al contrario: a pesar de las flaquezas evidentes de los procesos de paz, podría apoyarse con realismo lo construido al respecto desde y para la diferencia. Un pacifista, en cambio, es alguien muy blandengue de ideas: un aparente radical que, en últimas, cambiará muy fácilmente de parecer, conforme las tendencias se lo indiquen. Alguien que seguirá las modas del momento. Por eso no les creo: porque ya los he visto siendo fanáticos de cosas varias que no entrañan peligro, o, al menos, mientras no entrañaron peligro para ellos.