Escrito por:
Hernando Pacific Gnecco
Columna: Coloquios y Apostillas
e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
Hace un año, en Nueva York fallecía de cáncer Oliver Sacks, uno de los neurólogos más famosos del mundo, y autor de varios libros exitosos, entre ellos “Despertares”, llevado al cine por Robert de Niro y Robin Williams.
La conversación entre dos personas con limitación visual severa se desarrolla de manera inusual. Ella, vanidosa, pensando en comprar un elegante bastón para ciegos; él, obsequiándole un bastón ordinario que usaba para compensar sus limitaciones físicas. Conversaron de asuntos tan difíciles, como sus particulares formas de ver el mundo. Si una puerta (la visión) se cierra, ¿cómo puedo abrir otras (utilizar los demás sentidos)? ¿Cómo abordar la nueva condición (ceguera)? ¿Qué le diría el científico a una madre cuyo hijo ha perdido la visión?
Sacks da una respuesta conmovedora: “Mi padre nadó hasta los 94 años, y yo nado a diario. Adoro estar en el agua. Al nadar, no estoy ciego, sordo, manco ni me siento de 81 años. Solo siento el placer de nadar. Tenemos que encontrar nuestra forma de nadar y todo aquello que nos va de forma más natural y que nos produzca más alegría. Para cada persona hay un equivalente a lo que para mí es nadar.” Dice la periodista que el momento más poético ocurrió cuando estaba fuera de micrófonos. El neurólogo le indica a su entrevistadora que se acerque a la ventana y le pregunta: “¿Puede ver usted los colores de los árboles de la plaza”? Escribe ella: “La verdad, no. Pero ahora veo los árboles en mis recuerdos, recreados por sus palabras y vistos por los ojos amorosos del hombre que, durante años, admiró los otoños dorados de aquella plaza de Nueva York”.
La despedida, después de una hora de conversación entre aquellas personas con serias limitaciones de la visión como la entendemos, es edificante. Sacks, ya envejecido, pero activo y viajero, vivía más lentamente, como disfrutando cada instante de su tiempo restante. “El lado bueno de envejecer”, dijo. “En cierta forma, estoy contento de tener 80 años, porque la edad trae un sentimiento paradójico de libertad y ociosidad. Las urgencias de antes ya no me oprimen”. Refiriéndose a Rembrandt, comentó de la situación de haber perdido un ojo por sus avanzadas cataratas. (La pérdida de un ojo impide la visión binocular, aquella que permite integrar las imágenes de ambos ojos y ver en tres dimensiones). “Vivo en un mundo plano, veo superficies interpuestas una sobre otras en vez de objetos dispuestos en profundidad. Significa que veo el mundo como una fotografía en movimiento. Eso aumentó mi placer estético y admiración por las pinturas”. La última publicación, tres meses antes de morir, de este enorme ser humano fue su autobiografía “En movimiento. Una vida”.
Vaya cantidad de mundos, visiones y lecciones aprendidas de esa conversación de una hora entre Mónica Vasconcelos y Oliver Sacks. Mire usted cuánto podemos aprender de ellos y de los isleños de Pingelap, allá en la Micronesia. Mientras los científicos sólo ven la alta incidencia de acromatopsia allá, son ciegos al fenómeno adaptativo que les conllevó a modificar su sistema de vida al punto de llevarla de mejor manera que antes
La ceguera y cualesquiera limitaciones como las entendemos, físicas, espirituales y sociales, son únicamente producto de nuestras taras mentales y, consecuentemente, de la incapacidad de adaptarnos. Los ejemplos abundan.