País esquizofrénico

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Definen los psiquiatras a la esquizofrenia como una ruptura de la mente en mil fragmentos; aparece separada de la realidad, con manifestaciones como delirios, alucinaciones, comportamiento suicida y dificultad para entender el entorno, conectarse con él y tomar decisiones acertadas. Con los aconteceres de la semana pasada, es fácil visualizar la sintomatología de la severa esquizofrenia colectiva que presenta Colombia.


Justo ahora, cuando empiezan a cristalizarse los acuerdos con las Farc y que el cese al fuego evitó más muertos y heridos en combate, cuando la guerrilla decide la terminación de su lucha armada y decreta la desmovilización de sus combatientes, la entrega de armas, el desminado humanitario, etc., la decisión popular en el plebiscito es decirle No a esos acuerdos. Igual que con el Brexit, los inesperados “ganadores” no tenían plan B, no saben qué hacer con semejante papa caliente, y dejan al país en incertidumbre política, pues tampoco estaba en los planes del gobierno una derrota.

Los partidarios del No se basaron en absurdos argumentos para sufragar: “atajamos la ideología de género”, decía un líder de una iglesia cristiana; “nos quitamos de encima a ‘Timochenko’ y al castrochavismo”, comentaban recalcitrantes personeros de la oposición; “menos mal no nos quitarán nuestras tierras”, afirmaban algunos ganaderos; y, así, sucesivamente, repitiendo las falaces tesis de campaña.

El senador y líder del Centro Democrático, Álvaro Uribe, con el respaldo de las urnas, al día siguiente del plebiscito expresó su desacuerdo en cuatro de los cinco puntos acordados: nada del compromiso le satisface. El expresidente Pastrana, tal como la Chimoltrufia (“así como digo una cosa, digo otra”), después de su reunión con el presidente Santos, propuso “construir sobre los construido”, pero después del Premio Nobel concedido al presidente Santos como apoyo del Comité Nobel Noruego a la terminación del conflicto (Noruega fue uno de los países garantes y facilitadores del proceso de La Habana), dijo Pastrana que el acuerdo actual no tiene validez alguna, y toca rehacerlo.

El acuerdo de La Habana tiene puntos que merecen corrección, claro está, y debe enmendarse lo que sea necesario sin desperdiciar tanto esfuerzo en pro de la paz de Colombia. Por su lado, los opositores deben presentar propuestas razonables para salvar el acuerdo. Pero no; cada paso que dan, cada fórmula que presentan empantana aún más cualquier salida rápida, razonable y concertada, como si el propósito de fondo fuera lograr la ruptura de los acuerdos y regresar a su modelo de gobierno arcaico, poco participativo y nada justo, beneficioso apenas para la inmensa minoría. Las Farc no son el objetivo de su cerril oposición, sino el perfecto mascarón de proa que esconde sus veladas intenciones. Tal vez, al acuerdo le faltó pueblo. Entendemos que ante los intentos de saboteo de quienes hoy posan de amigos de la paz (incluyendo infiltraciones, hackeo y otras conductas nada amigables), el gobierno tomó grandes precauciones, alejándolo de perjudiciales interferencias. Es obvio que, siendo las Farc el enemigo más antiguo, poderoso y representativo de la subversión, Santos empezara con ellos mientras que, por otro lado, buscaba acercamientos con el Eln, como quedó patente en el discurso del pasado lunes. La campaña por el Sí, poco didáctica, muy acartonada y sin lenguaje ni líderes populares, no tuvo empatía con mucha gente que, por el contrario, fue seducida por la estrategia tomada de Goebbels: frases cortas, contundentes y efectistas, cargadas de mentiras (también, odio, intolerancia e intereses particulares de algunos grupúsculos ajenos al interés común de la nación), según lo expresó el jefe de campaña por el No, Juan Carlos Vélez. Su renuncia no es por el contenido, sino por la revelación de la sucia estrategia: sales porque te pillaron, simplemente.

Toda esta demencia colectiva debe conducir a una gran mesa de concertación nacional (no a una constituyente) que produzca resultados de corto plazo con límites en el tiempo y propuestas razonables y factibles. De otro modo, existe el riesgo de regresar a épocas inconvenientes, como parecen desear ciertos sectores de oposición.

No sé si nuestro esquizofrénico paciente Colombia tenga remedio; si ese es el caso, el manejo será difícil pues, además, esa severa patología que exhibe conjuga todas las formas clínicas en un solo cuadro. Reconocer la enfermedad es el principio de la sanación, pero este paciente se niega a aceptar su grave situación.