Digan lo que digan

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Cecilia Lopez Montaño

Cecilia Lopez Montaño

Columnista Invitada

e-mail: cecilia@cecilialopez.com



El 26 de septiembre del 2016 pasará a la historia de Colombia como el momento más significativo de su historia del siglo XXI. Independientemente de lo que suceda el 2 de octubre, cuando esperamos que el sí tenga una abrumadora mayoría, este lunes se firma ante representantes de la región y del mundo, el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera.


Este valiosísimo documento es el testimonio de errores y aciertos de los esfuerzos hechos por todos los gobiernos del país independientemente de su filiación política pero particularmente de aquellos que claramente buscaron este objetivo desde la década de los años 80.

No es un día más de la vida colombiana. Tampoco es un resultado improvisado y a la carrera. Lo que no se le puede negar al Presidente Santos es que supo leer el momento histórico que le tocaba vivir en su gobierno que lo llevó a comprometerse como lo hizo, gastando todo su capital político, en alcanzar este acuerdo entre el estado colombiano y las Farc.

Lo ratificó la canciller colombiana: el mundo no logra entender cómo hay un porcentaje de la población del país que ha decidido votar no en el plebiscito que busca la refrendación por parte de la ciudadanía de dicho acuerdo. Así mismo, muchos creemos y lo han afirmado recientemente economistas internacionales que, si gana el no, los costos serán inmediatos e infinitos. Se imaginan que pensará el resto del mundo que no ha seguido este difícil debate; que no conoce la dolorosa realidad de que muchos no sintieron la guerra y por eso no los conmueve la paz. Que otros se llegaron a beneficiar de esta guerra, esencialmente rural, a raíz del desplazamiento de 7 millones de personas abandonaron sus predios en el campo colombiano.

Este apoyo mundial que ha recibido el acuerdo y que ha sido evidente para el país en los últimos días y que se ratifica con las personalidades que vinieron del resto del mundo a la firma el 26 de septiembre, no es un cheque en blanco. Así como han respaldado este proceso, ante un país que le da la espalda a esta oportunidad, su reacción puede ser simplemente: "Déjemelos solos, que se maten entre sí y después veremos". Son impredecibles los costos de una reacción de esa naturaleza por parte de una comunidad internacional que nos ha brindado todo su respaldo ante este hecho histórico.

Por todo lo anterior, digan lo que digan quienes se obstinan en atacar el Acuerdo, estamos viviendo momentos trascendentales que no solo macarán nuestras vidas sino la de las próximas generaciones. Los mayores, tendremos el privilegio de podernos ir de este mundo habiendo vivido algo que muchos pensamos que no veríamos; los jóvenes, tendrán la posibilidad de vivir en una sociedad normal, con los problemas típicos de esta sociedad del siglo XXI que Colombia no ha abordado como toca, por muchas razones, entre ellas, por el conflicto amado.