Es un sí

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Ahora sí terminé de leerme –con algunas salvedades inevitables- las doscientas noventa y siete páginas de La Habana. Estuve comentando su contenido con un grupo de personas que, incluso, me preguntaron por mi opinión.


De manera serena, repetí lo que he venido pensando desde el inicio mismo de las conversaciones: a pesar de todo, es un sí lo que tengo que decir ante la propuesta plebiscitaria. No podía ser de otra forma. Creo, sin embargo, que la excepción hecha a través de reconocer que no se está del todo de acuerdo con el Acuerdo, pero que, aun así, es un sí, se trata de la cosa más normal del mundo. Lo malo sería lo contrario, es decir, la unanimidad. La unanimidad es una palabra que me recuerda al primer período de Uribe, cuando este país se dejó llevar por la resolución de un gobernante que, si bien contrastaba con la absoluta incompetencia de Pastrana, era, como el largo plazo lo demostró, la feroz determinación de solo una parte de Colombia.

Con ese “entrar a matar” que parece extasiar a la representante Cabal, muchos vivieron y vivirían contentos, pues no es difícil conciliar los diversos elementos que componen los fanatismos que creen tener mucho en común entre sí (en especial, la deliciosa intolerancia: la misma que, con el tiempo y la oportunidad debidas, podría llevar a aquellos a odiarse recíprocamente). La historia demuestra la validez de esto. Pero lo difícil es lo otro: reconciliar lo que se considera irreconciliable, tender puentes, reconocer las diferencias y respetarlas, lograr un consenso sobre lo fundamental, etc.: llámelo como quiera, usted ya sabe de qué hablo. Lo difícil es pasar la página de una vez por todas, eso sí, con toda la decisión, y tratar de ver más allá de la penumbra.

Decía que no creo en unanimidades, pero es más o menos eso lo que finalmente se requeriría en la práctica para superar el umbral de cuatro millones y medio de votos, y que, así, el resultado electoral sea vinculante para el Presidente de la República, y el Acto Legislativo para la paz, según su Artículo 5º, tenga que empezar a ejecutarse. Pues sería casi unanimidad el hecho de que en Colombia gane la opción a favor de algo, lo que sea, cuando no existe un estímulo distinto al interés estrictamente propio; y este es el ejemplo perfecto: el plebiscito no emociona a ninguno de los que hacen política profesionalmente, porque no hay plata inmediata, contante y sonante, detrás de él. Este será, si es el caso, un triunfo del viejo y verdadero voto de opinión.

Como también sería una victoria del voto de opinión por el no el caso contrario. Todo hay que decirlo. Escenario lleno de mezquindad, dado que el único logro real de los partidarios del no en el plebiscito estaría en impedir que los indecisos en últimas voten por el sí, y hacer que se queden sentados en sus casas esperando a que todo cambie solo. Vaya victoria, la de unos; y vaya actitud frente a la vida, la de otros. Pero así es la democracia, que, en su imperfección, es extrañamente perfecta. Como también lo es acuerdo final, al que me atreví a definir ante mis contertulios, suavemente, como un “documento poético”, y no la prosa de la realidad; lo definí como algo que, aun así, es la única esperanza de esta generación.


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