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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



El final de la novela brasileña fue el que todos esperábamos; Dilma fue destituida y sacada a sombrerazos de la presidencia. Mal que bien desde la última dictadura militar que tuvo el coloso del sur, este mecanismo ha sido utilizado varias veces, y mal que bien, produce transiciones políticas pacíficas.


Quizás un presente coherente con el pasado, ya que a diferencia del proceso independentista de España de los países vecinos, el de Brasil fue pacífico y preservó la integridad territorial. Lo sucedido el miércoles de la semana pasada con Dilma no es que necesariamente sea un acto de justicia en estricto sentido. Simplemente, era sacar del poder a quien había podido totalmente la gobernabilidad. El juicio a Dilma era un necesario ejercicio político para intentar darle aire a una clase dirigente, que en estos momentos no sabe cómo sacar al país de su peor crisis económica en los últimos ochenta años.

Las políticas sociales y económicas de la época Lula-Dilma no produjeron los cambios estructurales que necesitaba Brasil, solo que la realidad no se notó hasta que se les acabaron los recursos de la bonanza de insumos primarios. No es que Lula hubiera sido un gran presidente sino que le tocaron los gloriosos. Dilma no tuvo la misma suerte, y le tocaron los dolorosos, y terminó convertida en chivo expiatorio. La efectividad de Brasil para encontrar salidas a las crisis políticas, contrasta con lo que sucede en otros países de la región. Un día después de la destitución de Dilma, en Venezuela la oposición marchó buscando que el plebiscito revocatorio se lleve a cabo sin más dilaciones. Marcharon porque en Venezuela no hay democracia sino dictadura. A los que observamos desde fuera, nos da la impresión de que cada vez se alejan más las posibilidades de encontrar una salida política pacífica.

Aunque siempre se espera que cada pueblo resuelva sus propios problemas, hay veces que esto no es posible. Es como esperar que un secuestrado resuelva su propio cautiverio, y esto es precisamente la situación de la mayoría del pueblo venezolano. Una dictadura que se ha sostenido con zanahoria y garrote, en la medida que se le ha ido acabando la zanahoria, usa más el garrote, y es aquí cuando la situación se torna peligrosa.

A nadie le conviene una Venezuela aislada porque esto empeoraría la crisis humanitaria que se está viviendo. Objetivamente, no parece que la comunidad internacional pueda hacer algo. La oposición venezolana a pesar de sus múltiples intentos, está maniatada. Ante este escenario, la única salida que parece viable, es un golpe militar. Maduro con su testarudez se lo está buscando, y aunque la salida puede sonar antidemocrática, sería mucho menos antidemocrática que la dictadura de Maduro. Entre dos males, hay que elegir al mal menor.

Hablando de elegir de entre dos males, el menor, leí las 297 páginas del acuerdo de “paz”. Lo leí intentando contestar la pregunta de si este acuerdo es mejor –o menos peor- alternativa que la guerra, y debo decir que en mi opinión este mal acuerdo es preferible a una buena guerra. Tapándome las narices, y con mucha desconfianza, votaré por el sí.

El acuerdo muestra un esfuerzo deliberado por parte de los negociadores del gobierno para minimizar los riesgos de un eventual fracaso de esta aventura; de cierta forma, la idea es que este acuerdo y su implementación sean un riesgo calculado. Esta es mi interpretación.

Entiendo ahora que parte de la diferencia filosófica entre los que apoyan el no y los que apoyan el sí, es que los del no, querían una rendición y no una negociación. Esta diferencia es fundamental y en mi opinión irreconciliable. No es del caso explicar las razones de cada postura.

Tanto el sí como el no son posiciones respetables. Que cada cual exponga sus razones y sus puntos de vista, pero con mucho respeto. Ojala entendamos, que una opinión, por muy sincera que sea, no es la verdad. Como humanos que somos, siempre habrá quien vea el vaso medio lleno y quien lo vea medio vacío...ambos están en lo correcto objetivamente hablando; subjetivamente seguramente hay una gran diferencia: El que lo ve medio vacío tiene mucha sed, mientras que el otro no.