La lectura y el libro impreso

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Mucho se habla sobre la desaparición del libro en un futuro tal vez más cercano de lo que pensamos. Es un debate que se inicia, se suspende y, en todo caso, se elude. La culpa de que esta posibilidad se materialice la atribuyen al desarrollo incontrolable de la informática.
Internet sería el verdugo del placer indescriptible de abrir un libro para apropiarse de su contenido. Los defensores del libro dicen que jamás desaparecerá esa invaluable herramienta que nos pone en contacto con el saber universal. En manifestación romántica afirman que nada hay más grato que el olor a libro, sensación que no se percibe cuando leemos un texto en la pantalla del computador. Como debate al fin, los pros y los contras serán interminables. Lo que nadie niega es que a través de los libros la humanidad ha perpetuado los conocimientos: la ciencia, las artes y todos los saberes no habrían llegado hasta nosotros si los escribas, amanuenses y notarios de la historia no los hubiesen consignado para la posteridad. Más tarde llegó Gutenberg y la actividad lectora comenzó a masificarse.

En una de mis Acotaciones de hace varios años me refería a la importancia de la lectura. Recordaba entonces cómo en la revista ‘Selecciones, del Reader’s Digest’ encontré un tesoro que reforzó mi pasión por la lectura. Pero alguien me hizo ver que hay otras formas de llegar a la lectura. Su teoría es que lo importante es leer, no importa el camino escogido. Y es cierto. Hoy forman legiones las personas que se iniciaron con historietas o comics, con lecturas apresuradas de ‘Chanoc’, ‘El Santo’, ‘El Zorro’, ‘Tarzán, ‘El llanero solitario’ y tantas otras por el estilo. Estos lectores, que muchas veces eran niños escapados de sus escuelas, se “echaban la leva” para devorar esa literatura popular que, no hay duda, los volvieron lectores. Alquilaban o intercambiaban esos manoseados textos y la personalidad de sus héroes imaginarios los invadía hasta el extremo de imitar sus gestos. Después de leer una novelita de vaqueros del Oeste norteamericano no era raro encontrar al pequeño lector caminando con los brazos separados del cuerpo y las manos crispadas cerca de los bolsillos de sus pantalones, exactamente como lo hacían los cazarrecompensas. Nada interesante quedaba en sus mentes, pero aprendieron a leer.

Volviendo a ‘Selecciones, del Reader’s Digest’, esta revista traía veintiséis artículos para ser leídos así: uno cada día laborable durante el mes. Al terminar el último ya estaba la siguiente edición a disposición del público. De su contenido recuerdo algunas secciones que no podían “dejarse para después”: ‘La risa, remedio infalible’, ‘Gajes del oficio’, ‘Así es la vida’, ‘Citas citables’, ‘Temas de reflexión’, ‘Mi personaje inolvidable’ y ‘Enriquezca su vocabulario’. Además, encontrábamos en ‘Selecciones’ la sección ‘Noticias del mundo de la medicina’, encargada de mantenernos informados sobre los últimos avances en el campo de la salud. Pero nada era comparable con ‘Sección de libros’, que presentaba en forma resumida el texto de una obra literaria de algún renombre. El primer ejemplar de esta revista se publicó en 1922, en inglés. En 1940 apareció la primera edición en español.

El ‘Almanaque mundial’ también contribuyó a la formación de lectores; la combinación de datos importantes sobre países, por ejemplo, y resúmenes relacionados con la actualidad internacional, han hecho de esta publicación un manual de consulta para millones de lectores. ¿Superaremos pronto el promedio de 1.9 libros leídos en un año?