El monólogo de Gina y el desgano de su jefe

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



¿Por qué muchos ciudadanos marcharon a defender los valores de la familia? ¿Será cierto que la mayoría de los que marcharon son homofóbicos, fanáticos, intolerantes e ignorantes? Algo de esto hay, como en todas las posiciones. Lo importante es entender si la protesta era justificada.


El análisis me lleva por dos caminos. El primero, es que la evidencia demuestra que un grupo de interés quiso avanzar su agenda utilizando la sentencia de la Corte Constitucional como caballo de Troya. Las explicaciones de parte del gobierno y de Colombia Diversa demuestran que los marchantes entendieron bien. El gobierno echó reversa porque la gente descubrió lo que había en el vientre del caballo.

Carece de sustento el argumento que tilda a los que marcharon de cavernarios e inquisidores entre muchos otros apelativos. Solo mentes alucinadas pueden creer que la familia en su concepción presente, base del estado, decantada por más de dos mil años, base de la civilización occidental puede ser borrada por una sentencia judicial o por un manual de convivencia. Por otro lado, no entiendo como una sentencia que pretendía ayudar a que la sociedad fuera más tolerante y a evitar el matoneo –el cual obedece a muchas razones- terminó reducida a una cartilla monotemática.

Es deber de las cortes y de los otros poderes respetar el contexto social y la cultura y las tradiciones de un país, los cuales no pueden ser vulnerados tan alegremente. Pretender hacerlo porque así es en Suiza o en Cafarnaúm, es imbecilidad jurídica. Cito un ejemplo, Cristo le devolvió la dignidad a la mujer, pero no se atrevió a decir que tenía los mismos derechos del hombre. Pasaron casi dos mil años para que la civilización Occidental comenzara a reconocer esa igualdad, y en esa lucha todavía estamos. Otras civilizaciones ni siquiera han comenzado. La mujer en Colombia solo logró el derecho al voto en 1957. Es decir, Cristo se movió dentro los límites de la ley judaica y dentro de los constreñimientos culturales. Reinterpretó hasta donde era culturalmente posible sin generar caos. Estos temas por su complejidad toman mucho tiempo.

La idea de secularizar y “modernizar” a Colombia ha llevado a que agresivamente se esté impulsando una agenda progresista que riñe con los valores tradicionales: matrimonio igualitario, legalización de la marihuana, redefinición de la familia y legalización del aborto, entre otros. Las marchas son una expresión de rechazo al intento de querer cambiarnos de la noche a la mañana. La cartilla solo fue el florero de Llorente.

El segundo camino lleva a afirmar que el gobierno está bajo sospecha. Existe el sentimiento de que Santos, apalancado en los otros poderes, nos quiere llevar adonde no necesariamente queremos ir como sociedad. La agresiva agenda progresiva carece de sintonía con el sentir y pensar popular, y esta desconexión se refleja a todo nivel. Si las sospechas no tienen fundamento, ciertamente el gobierno no ha hecho mucho para desvirtuarlas, e incidentes como el de la cartilla encajan perfectamente en la retórica de los opositores de este gobierno, que no escatiman esfuerzo ni oportunidad para seguir acrecentándolas.

Las sospechas cuando no son desvirtuadas terminan convirtiéndose en certezas. El gobierno tiene la carga de la prueba y no la oposición, como parece creerlo Santos. Por este camino cada día crece el número de colombianos que no le cree al gobierno y que no está dispuesto a girarle un cheque en blanco en ningún sentido. Si, adivinaron, a este paso el primer damnificado puede ser el sí de la consulta.

Realmente me tiene aterrado la incapacidad de Santos para sintonizarse con la gente y sus sentimientos, y me aterra aún más, que ante lo que está en juego, el gobierno muestre un desgano descorazonador. Si el Presidente no tiene el corazón en la paz, ¿entonces quién?

Tengo la impresión de que Santos solo quería la dignidad presidencial, más nunca quiso las responsabilidades que la acompañan. Es insólito, que siendo el fin del conflicto armado el único legado que Santos podría dejarle a Colombia –porque no ha hecho nada más-, el Presidente esté echado a la locha. La pelea le corresponde a Santos y no a Gaviria. ¡Presidente, es hora de mostrar la casta!


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