Matoneo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Salem, Massachusetts, 1692. Por cuenta de unos fanáticos puritanos vestidos de paranoia, quemaron en la hoguera a 19 mueres acusadas de brujería; otras 300 fueron encarceladas por igual razón después de ser sometidas juicio y escarnio público. Influenciados por prejuicios religiosos y políticos, y por rencillas familiares, acudieron al fácil expediente del matoneo social y la muerte física de mujeres a quienes acusaban de invocaciones al maligno y otras cuantas estupideces.
Una posible intoxicación por pan de centeno fermentado (ergotismo, que causa alucinaciones) pudo ser el detonante de tan espantosos episodios. Arthur Miller llevó esos hechos al teatro en 1953, con el título “The Crucible” (El crisol). Posteriormente, llega al cine en adaptación de Jean Paul Sartre con un elenco destacado: Simone Signoret, Yves Montand y Mylène Demongeot quienes en las tablas ya habían representado la obra en París. Por esa época, en los Estados Unidos campeaba rampante el macartismo, desencadenado por el senador Joseph McCarthy, provocando delaciones y denuncias sesgadas, procesos irregulares y listas negras contra cualquier sospechoso de “comunismo”. Los opositores de tales métodos atroces y quienes los denunciaron como “cacería de brujas” (haciendo alusión a los episodios de Salem) fueron tildados de “comunistas”. Los entusiastas anticomunistas, con el apoyo de McCarthy, otros fundamentalistas y eficaces medios de comunicación, adquirieron un poder descomunal, atacando a cualquier “sospechoso” en cualquier escenario. Esa liga fanática cobró muchísimas cabezas inocentes.

Ciertos episodios de la historia nacional reciente parecen calcos de aquellos: los paralelismos son asombrosos. Los extremistas colombianos acuden a los mismos expedientes: hace unas décadas apelaron a las figuras del “crisol, el oro puro y la escoria”; después, tildaron de “comunistas, mamertos, castrochavistas, guerrilleros camuflados de civil” y otros cuantos epítetos a quienes se opusieron al gobierno Uribe. Hoy, esos mismos fundamentalistas, para atacar al proceso de cese al conflicto que se adelanta en La Habana, hablan de “entrega del país al comunismo, imposición del modelo castrochavista” y otras cuantas afirmaciones igual de irreales, dementes y macartistas.

El más reciente episodio, que rememora a la cinta “Las brujas de Salem” lo protagonizaron esos mismos fundamentalistas radicales -en la producción cinematográfica portaban teas con el mensaje atroz de la hoguera- que ahora, con pendones amenazantes, pedían ya no la renuncia sino hasta la pira para la ministra Parody, mediante vulgares consignas de baja estofa. El argumento: una cartilla elaborada por el Ministerio de Educación y la ONU, entre otras entidades, por orden de la Corte Constitucional después del suicido de Sergio Urrego por matoneo escolar que fue al menos aceptado por las directivas de su colegio. Según los incitadores, dicha cartilla contiene material que busca convertir en homosexuales a los niños. Tamaña barbaridad solo cabe en mentes enfermas, pues el documento pretende promover el respeto y la tolerancia hacia personas con otras preferencias sexuales. Las razones de fondo son perversas: falta de lectura, hipocresía, líderes políticos y religiosos pescando en rio revuelto con procaces falacias aprovechando a ese público adoctrinado para azuzar odios e intolerancia -del mismo modo que McCarthy en sus momentos más tenebrosos-, incluso con temas ajenos al asunto en cuestión, y temores a enfrentar sus propios demonios. La ferocidad del ataque a la ministra logró su propósito: el gobierno se retractó, pero la orden de la Corte está ahí, y debe cumplirse. Los manuales de convivencia siempre han sido y serán asunto de los colegios y las asociaciones de padres de familia, y no imposiciones de ningún funcionario público. La homosexualidad no es una enfermedad, no es un delito, no se contagia, nadie se vuelve gay por decirle que los respete.

El matoneo en Colombia ocurre por asuntos de raza, credo religioso o político, o condición socioeconómica, por gordura o delgadez, y por cualquier otra estupidez. Los directivos deberían impedirlo, los padres de familia deben tomar cartas en el asunto. Muchas víctimas del matoneo terminan en suicidio, deserción escolar, etc. ¿Quién se preocupa de las víctimas? ¿Los fundamentalistas acaso?

Despertemos. Colombia debe salir de las épocas de Torquemada y McCarthy. En pleno siglo XXI, unos cuantos extremistas con poderosas cajas de resonancia impiden la aplicación de la Constitución de 1991. Debemos salir del medioevo mental de unos pocos que pretender regresarnos a épocas de bárbaras naciones. No más “cacería de brujas”, no más matoneo. Civilicémonos.