Plebiscito: yo voto por el sí

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Escrito por:

Eduardo Verano de la Rosa

Eduardo Verano de la Rosa

Columna: Opinión

e-mail: veranodelarosa@hotmail.com



El siglo XX no solo fue el siglo de las dos más grandes tragedias humanas: las guerras mundiales que se fundamentaron en el argumento de que aniquilar al enemigo era la continuación de la política por otros medios; este siglo, por el contrario, también es el padre de la genialidad de construir una cultura de paz y de seguridad.

Dos instrumentos, entre otros, son claves para comprender la dimensión de la cultura de paz: la Carta de Naciones Unidas y la Declaración Internacional de los Derechos Humanos. En el primero, se crea un ordenamiento jurídico internacional con instituciones supraestatales que limitan la soberanía de los Estados y, el segundo, genera un derecho internacional: el Derecho Internacional de los Derechos Humanos. En ambos, la paz es la finalidad de los estados y los gobiernos.
En esa perspectiva de la inutilidad de la guerra como medio de la política y que el objetivo de las naciones, los estados y sus gobiernos es, esencialmente, la obtención y mantenimiento de la paz, los acuerdos de La Habana se someterán a consulta ciudadana mediante un plebiscito en el que los colombianos rechazaremos -de tajo- la guerra y diremos sí a la paz.

El plebiscito está llamando a la legitimación de la política como medio para la superación de la guerra. No existen guerras justas. Esta teoría de las “guerras justas” ha sido superada. Lo que hay son conflictos invalidados como medios de la política por el derecho internacional para convivir. Esta es la importancia del plebiscito por la paz que invita el presidente Juan Manuel Santos y que debemos, política y moralmente, votar a favor del sí.

En su “Filosofía del Derecho”, Arthur Kaufmann, recordaba al papa Juan XXIII como el ‘papa de la paz’ porque en su encíclica “Pacem in terris” del 11 de abril de 1963 abordó la confianza recíproca entre los estados y los hombres, y no la igualdad entre el armamento y el poder de la violencia como instrumento de la política.

Ya Kant, en su obra “Hacia la paz perpetua”, en plena época de la segunda Ilustración occidental, fue claro en presentar que la consecución de la paz mundial solamente era posible con un ordenamiento mundial.

Este ordenamiento mundial ya existe: las Naciones Unidas y un estatuto internacional cuyas orientaciones sirvieron de fundamento en los puntos negociados en La Habana. La paz por medios pacíficos y las negociaciones políticas son la invitación que nos hace el plebiscito por la paz. En otras palabras, la invitación es votar por el sí a la política como un medio para alcanzar la paz y que se soporte en un orden mundial guiado por las Naciones Unidas y el Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

No se trata, en rigor, de votar a favor de cada uno de los seis puntos que se acordaron en La Habana. Se puede discrepar de uno u otro, al fin y al cabo la Corte Constitucional, en su sentencia sobre este asunto, fue clara en señalar que los acuerdos no tienen fuerza normativa, solamente es un compromiso político con una política. En conclusión: la paz no admite razonablemente más que votar por el sí, incluso con serias diferencias en los puntos acordados, pero siempre votar por el sí.

Uno en este momento se pregunta cuántas vidas, crímenes, desplazamientos forzados, masacres, desapariciones, exilios, en fin, cuántas atrocidades inhumanas nos hubiésemos evitado si unas políticas de negociaciones de paz se hubiesen diseñado antes, pero es mejor tarde que nunca. El plebiscito por la paz es parte de esa política. Votemos -sin dudas- por el Sí. Votemos masivamente y pongámonos la camiseta por un Sí rotundo.

Esta es una herencia que no puede ser menospreciada, la herencia de una cultura por la paz mediante el derecho internacional e instituciones internacionales por la paz y la seguridad, rechazando a la violencia y la guerra como instrumento de la política. La herencia de una cultura política por la paz, no debe ser olvidada y tirada en el cesto de la basura como algo inútil e inservible; o peor, tomada como un medio y no como lo que es una cultura de construcción de humanidad con un gran espíritu humano.