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Escrito por:

Saúl Herrera Henríquez

Saúl Herrera Henríquez

Columna: Opinión

e-mail: saulherrera.h@gmail.com



Santa Marta, ciudad más antigua de Suramérica, que llegara el pasado 29 de julio a sus 491 años de fundada, es y seguirá siendo por gracia divina una ciudad con porvenir, a pesar de nuestras autoridades, dirigencia, ciudadanía y comunidad en general, que parecieran sin sentido de pertenencia. Es la nuestra una de las ciudades más atractivas del país (sino la más) y me atrevería a aventurar que del mundo. Ambientalmente rica. Mega-diversa. Paisajes únicos, de ensueño. Playas por doquier. Turismo natural, de aventura, ecológico y ambiental. Tradiciones históricas y culturales. Joven población. Gastronomía y música envidiables. La Sierra Nevada más cerca a litoral alguno. Figuras universales. Sitios muchos que forman parte del elenco del patrimonio cultural local, departamental, regional, nacional, e internacional.

No obstante, estamos, de no ponernos a tono con la velocidad con que avanza el mundo actual, lejos, pero muy lejos de una situación ideal o de vanguardia. Es la nuestra una infraestructura poco productiva y para nada consolidada, pobre y escasa nuestra red de carreteras. Las perspectivas de mejora de la infraestructura aeroportuaria nada halagüeñas. Importante, como alentadora sí, las mejoras en la infraestructura portuaria. Somos, seguimos y de no ordenar la casa como se debiera, seguiremos siendo una ciudad rica en recursos naturales, pero llena de pobres, cuando deberíamos estar a la altura de las más desarrolladas del país.
No hemos podido, y ello siempre nos ha caracterizado para mal, fracturar inequidad ni desigualdad, lo que suena a fracaso histórico. Desgraciada o desafortunadamente no hemos tenido la grandeza de construir un real como verdadero rescate social de Santa Marta. Es evidente que a la riqueza histórica, turística, medioambiental y cultural de nuestra ciudad, le hiciera falta grandeza espiritual de sus dirigentes. En cambio sí, vemos entre nosotros una inercia que devora, mezquindad, envidia, encono, escaso valor político trocado en autoritarismo y violencia en distintas extensiones y gradaciones. No jalonamos en la misma dirección. Que distinto fuera nuestro destino de ponernos de acuerdo en lo que real y verdaderamente importa, comporta, traduce y representa.

La gran ciudad que podríamos ser, no puede fundarse, instituirse ni fortalecerse sobre cimientos de improductividad, incompetencia, ineficacia, ineficiencia, inequidad, desigualdad y pobreza, entre otras muchas falencias, que hoy se campean airosas en la base de nuestra sociedad y que amenazan gravemente con convertirse en peligrosos rescoldos históricos que podemos y debemos evitar cueste lo que cueste. Debe ser esa una de nuestras principales obligaciones.
Requerimos de grandes iniciativas, de múltiples proezas, entre ellas desaparecer de nuestra faz lo malo y peor, implementar políticas públicas acordes con nuestras propias realidades y necesidades. Estamos ante grandes retos frente a los que no podemos ser inferiores, Sea ello la oportunidad feliz de construirnos y reconstruirnos en y de la mejor forma y manera, en lo que importan grandes dosis de vanguardismo, modernidad, prosperidad integral, educación, ciencia, cultura e innovación en su máximo de capacidad. Requerimos fomentar un sistema justo de reparto de la riqueza; y un modelo de crecimiento y desarrollo que permita un futuro de bienestar para las actuales y generaciones por venir.

Impone lo cual audacias mayores a prueba de todo, extrema generosidad, contextos políticos civilizados en procura de equidad e igualdad. No hacerlo a tiempo, equivaldría seguir históricamente errados, y continuar privilegiando a los menos en detrimento de los más, lo que es, además de todo, injustificable a todas luces.