El tiempo detenido

Columnas de Opinión
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Buscando un mejor destino, agobiado de tanto cabalgar, buscando la liberación de comunidades ingratas que solo le depararon dichas pasajeras, el Libertador de América llegó a Santa Marta el 23 de noviembre de 1830. Su deceso se produjo 24 días después de su inesperado arribo.

¡Qué ironía! Este acontecimiento triste sirvió para que se recuerde a esta bella ciudad como el remanso de paz que otrora fue. El viento, a veces apacible, canta su lírico rumor que suaviza el encendido sol que cae sobre ella; su mar, de un azul intenso, el más azul de todos los azules, baña con sus cristalinas aguas las playas majestuosas de esta ciudad con nombre de santa; el canto rumoroso de los árboles que la adornan; este conjunto armonioso de cualidades hace de Santa Marta un bello rincón antillano.

Pero el tiempo, padre del olvido, cubrió con mantos de soledad esta tierra apacible. Sus gobernantes, indolentes y hambrientos del fisco regional, poco o nada han hecho para darle a Santa Marta aires de modernidad. Esta es una ciudad primitiva, sin dolientes, propiedad de los avivatos que han mancillado su historia. La posición incívica de sus moradores, sumisos y pusilánimes, ha permitido que nativos y foráneos se hayan burlado de la primera ciudad vigente fundada en Colombia. Santa Marta ha sido siempre una provincia marginal en la historia colombiana.

Una nueva efemérides cumple La Perla de América, donde todo es engaño y demagogia, ciudad detenida en el tiempo. El burgomaestre inmediatamente anterior al actual le puso un cosmético parcial a la ciudad que esperamos todos la vistan con sus mejores galas a partir de sus 491 años. ¡Santa Marta, te amo!

Por: Ernesto Lozano Bernal