Arte, rebeldía y represión

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



El arte verdadero es insurrecto, contestatario, inapresable. De ello da fe la historia. Remedos bufos han sido usados por toscos personajes con fines innobles. También, los hechos lo relatan.


El ser humano de la antigüedad entendió que sus obras de incuestionable hermosura, más allá del simbolismo o la funcionalidad religiosa (vida eterna o conexiones con el cielo), política (dinero y poder), memoria histórica o de supervivencia (observatorios astronómicos, calendarios solares o pictogramas), iban mucho más allá para expresar belleza, expresando también pensamiento y costumbres de cada época. Pintura, escultura, arquitectura y otras expresiones se alinearon con poesías, música, literatura o teatro como representaciones espirituales. Sumeria, Egipto, Grecia, India, China, América prehispánica y otras más demostraron inclinación por manifestaciones que, transformadas en arte, demuestran innovación, evolución y refinamiento.

Los artistas encontraban libertad para opinar de la cotidianidad o de asuntos más profundos, incluso. Pero gobernantes y religiosos entendieron el potencial proselitista del arte. Esas primeras pugnas entre la necesidad de control frente a la libertad de expresión llevaron a promover el simbolismo, la alegoría o la abstracción como medio cifrado para iniciados o conocedores para expresarse sin riesgos, como sucedía en el Renacimiento. De hecho, la Iglesia Católica y los príncipes italianos patrocinaron a los grandes artistas rebeldes como una forma de ganarse a sus pueblos. Nunca faltaron los mecenas para prodigios de las Bellas Artes: pintura, escultura, música, arquitectura, literatura y poesía resplandecían. Incluso, surgieron luthiers prodigiosos como los cremoneses y sus violines, maravillosos instrumentos sin igual.

París, a finales del siglo XIX y principios del XX, vivió una gran revolución. El arte pictórico, principalmente figurativo y enfocado a representaciones religiosas, paisajes, costumbrismo o personajes, cambia tajantemente. Al mismo ritmo, música, danza, escultura, joyería y arquitectura ven expresiones nunca maginadas, Es fácil señalar como producto de sus tiempos al impresionismo, dadaísmo y cubismo, entre muchas otras manifestaciones. El Art Nouveau irrumpía grandioso, Lalique revolucionaba la joyería. París era un hervidero libertario; el arte, su antorcha. Berlín y Nueva York no se quedaban atrás: cine, fotografía, diseño y música derrochaban genio en abundancia. Era la época del jazz, la danza, Bauhaus, producciones cinematográficas, la revolución pictórica

Pero la libertad y el arte pleno jamás han sido bien vistos por los totalitarios; perciben arriesgadas sus ideologías restrictivas y, como sucede frecuentemente, creen que eliminando al emisario, liquidan el mensaje. Y es que el arte puede ser una buena herramienta de propaganda con públicos incluidos, alienados o controlados. Cuando Hitler irrumpe, de inmediato destruye ese “arte degenerado” imponiendo el espantoso arte nazi, producido y aprobado por ellos, monumental –que no grandioso- con claros propósitos propagandísticos enfocados al “realismo heroico” para resaltar la “raza aria”, sus leyendas y valores de sangre y suelo (blut und boden): la inexistente y aberrante “pureza racial”, militarismo y obediencia. Los soviéticos no se quedaron atrás: prolekult y Unovis fueron vehículos de propaganda política en la extinta Unión soviética, advirtiendo que, como expresión artística, era muy superior a la burda hitleriana.

Laureano Gómez, embebido en la ideología nazi y su particular estética, la emprendió contra toda expresión libre, y el arte no fue excepción. Mientras exalta las cualidades de Hitler como “artista de primer orden” (a lo mejor, como histrión, jamás como pintor) y ataca al arte moderno desde esa óptica. Mientras que en Alemania incautaban verdaderas obras de arte (muchas robadas y comercializadas en el mercado negro) y criminalizaban a los directores de muesos que exhibían “arte degenerado”, Laureano atacaba fieramente a nuestros pintores con un lenguaje similar y, en sus épocas de ingrata recordación, cerraba exposiciones con calificativos de “inmorales y pornográficos”.

Muchos grandes artistas fueron relegados de la Historia; otros, cedieron a las presiones y halagos del gran poder: Beethoven, admirador de Napoleón, le compuso la 3ª sinfonía” Eroica”; Wagner extasiaba a su amigo Adolf Hitler con sus grandilocuentes óperas; Picasso recompuso sus postura política con “Guernica”, grito contra la barbarie franquista reforzada por la Luftwaffe con el bombardeo a la población de ese nombre.

El arte es el mejor regalo de la humanidad, eleva al espíritu y lo sensibiliza para el encuentro de las mejores emociones vitales. El arte libre tiene propósitos en la vida, que no pueden ser tergiversados por presiones externas, y siempre vivirá, porque es la esencia humana representada de mil manera.


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