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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Faltando producirse otras noticias trascendentales (como la posible activación de la Carta Democrática de la OEA en Venezuela y las próximas elecciones presidenciales en los Estados Unidos), dos anuncios sacuden al mundo: la firma del acuerdo de La Habana para terminar el conflicto armado en Colombia, y la decisión del Reino Unido de salir de la Comunidad Europea. ¿Cuáles son sus repercusiones?

Siempre, el Reino Unido ha sido rancho aparte de Europa. Muchos británicos consideran que, por haberse integrado a la eurozona, perdieron su independencia. Habían puesto condiciones específicas para pertenecer al club europeo: mantener libra esterlina como su moneda, y no participar de la zona Schengen, entre otras. La actual guerra en Siria y las migraciones consecuentes de desplazados hacia Europa, además del terrorismo del extremismo musulmán en el continente, precipitaron la decisión británica: hacía poco, al primer ministro Cameron le aprobaron algunas condiciones para permanecer en la Unión Europea. Sin embargo, el “Proyecto Miedo” de la derecha radical británica apuró la salida de los british, sin importarles la pérdida de muchos beneficios resultantes de la alianza con Europa: se precipitaron las crisis. Los partidarios del Brexit apuntaron a una inmediata alianza económica USA-UK, pero deben esperar con dedos cruzados y dientes apretados: los británicos deben ir al final de fila de los aspirantes a tratados del libre comercio con los norteamericanos. Además de la renuncia de Cameron, los efectos han sido desoladores: la libra esterlina se desplomó ante el dólar, al igual que el euro (devaluado bastante menos que la libra). Los bancos británicos dicen disponer de dinero suficiente para enfrentar la consecuente volatilidad económica. Para nativos y extranjeros residentes en el Reino Unido, los asuntos económicos, laborales, sanitarios, migratorios y otros sufrirán cambios enormes, tanto como los de los británicos en Europa. Pero Escocia (donde en 2014 fracasó por estrecho margen el deseo de independizarse de la corona británica) se siente más cercana políticamente del continente europeo, lo cual presagia una próxima fractura de Albión. Actualmente, la primera ministra escocesa Nicola Sturgeon prepara un nuevo referéndum separatista mientras busca un acercamiento inmediato con la Unión Europea. ¿Qué estará pensando Cataluña ahora? ¿Firmará la Reina Isabel II estas decisiones? Buckingham debe trabajar con inteligencia y sin descanso para tomar las mejores decisiones.

Mientras tanto, Colombia celebra el anuncio del cese definitivo al fuego entre las Farc y el estado. El “Proyecto Miedo” del expresidente Uribe y el conservatismo radical no pudo atajar la firma del acuerdo, pero sus partidarios recaudan firmas para impedir el referéndum propuesto para ratificar los acuerdos de La Habana. Mayoritariamente, la sociedad colombiana aplaudió la decisión de terminar el largo enfrentamiento armado, avalada por la comunidad internacional: los Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU, la OEA y el Vaticano, además de otras importantes organizaciones supranacionales. Quedó claro no se entrega el país a la guerrilla, ni se impondrá un gobierno comunista, ni se quebranta la constitución vigente. Por el contrario, es un acuerdo estructurado y respetuoso de nuestro régimen político, que debe someterse a la refrendación popular e institucional, y al necesario examen de constitucionalidad. En resumen, un acuerdo con seriedad y las debidas garantías constitucionales y legales. Obviamente, el acuerdo no constituye la paz. Colombia padece otras violencias, procedentes del Eln, las Bacrim, el paramilitarismo remanente o el narcotráfico, y de algunos actores civiles, por lo menos tolerantes con ese fenómeno, sin descontar casos de ejercicio desmedido o ilegal de la fuerza por parte de los agentes del Estado. Ahí se deben concentrar los esfuerzos para finalizar la violencia armada en Colombia.

Pero, más importante todavía, es la aplicación real y efectiva de nuestra constitución vigente: esa que, con sus imperfecciones y defectos, se diseñó como garantista de los derechos fundamentales, moderna, incluyente, justa y equilibrada, en la que cabemos todos: poderosos y débiles, afrodescendientes, indígenas, población vulnerable, etc.; que después se actualice o cambie, es otra historia. El punto crítico a trabajar intensamente: la lucha seria contra la corrupción, la cual corroe cualquier intento de modernizar las instituciones y la sociedad, bastante más retrógrada en su fondo que en sus formas, y situarlas en el siglo XXI. Esperamos que todos así lo entendamos, y actuemos en adelante. Vivir en paz es un deber constitucional y un derecho de la sociedad.