Litigiosidad

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En semanas pasadas, Néstor Humberto Martínez, abogado exitoso y experimentado, a más de ser el candidato con mayores opciones de llegar a ser fiscal general, en la exposición de sus motivos ante la Sala Plena de la Corte Suprema de Justicia para, justamente, garantizar esa elección, se decidió por un argumento que en este momento lo tiene contra las cuerdas. De nada han valido las explicaciones sobrevinientes, ni las aclaraciones de su dicho: en la memoria de los colombianos (y, especialmente, de las colombianas) quedó claro que Martínez no considera el delito de violencia intrafamiliar (que casi siempre –gran sorpresa- es perpetrado por hombres contra mujeres) como algo muy importante. Insinuar que se está destruyendo al núcleo familiar mediante la criminalización de “expresiones de violencia de ocasión” es una barbaridad que no se espera de alguien que aspira a dirigir el rumbo del derecho penal en Colombia.

Como ya muchas columnas lo han dicho, aceptar esa premisa sería como decir que la mujer tiene que quedarse callada y no denunciar cuando la maltratan, porque, ¿para qué armar tanto escándalo?: ¿para destruir la familia a la que esa misma maltratada tendrá que volver tarde o temprano? Ni más ni menos, eso fue lo que dijo el señor Martínez. Y, como si fuera poco lo anterior, el candidato a fiscal refuerza su tesis con un punto final no menos difícil de entender en este contexto: la denuncia penal por violencia intrafamiliar atosiga al sistema penal colombiano. En otras palabras, la culpa de que la justicia penal colombiana sea una garante de excepción de la impunidad reinante es, en gran medida, culpa de la señora a la que su marido pega, y ella, imprudente y egoísta para con la sociedad, va a la Fiscalía a denunciarlo. A esto hemos llegado.

Tal vez el punto central de la teoría de Martínez era el de la omnipresente litigiosidad, parienta más que cercana de la mencionada impunidad. Sin embargo, ha sido muy lamentable la aproximación a un problema de vieja data valiéndose de un sujeto de derechos bastante desprotegido en nuestra sociedad, como la mujer. No quiero hacer politiquería en este lugar (no sé cómo se hace eso), pero debe quedar claro que no es mediante la desatención de las quejas de las mujeres como se va a lograr que el aparato jurisdiccional funcione de una buena vez. La reducción de las denuncias por violencia de género tal vez se logre brindándoles a las colombianas más oportunidades de educación y de trabajo, especialmente a las provenientes de sectores humildes, para que así no tengan que depender del bolsillo de los hombres que las maltratan para poder mantener a su familia.

Así, si Martínez no quiere que las mujeres interpongan denuncias criminales, que a su juicio parecen ser excesivas, bien pudo haber hecho algo más por las representantes del sexo femenino cuando estaba en el gobierno, investido de súper-poderes, no hace mucho. Por lo demás, valga recordar ahora la famosa y tergiversada frase del socialista francés Fourier: “El grado de civilización de una sociedad se mide por el grado de libertad de la mujer”. Esto lo dijo hace un par de siglos.


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