Delincuencia en los parques

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Escrito por:

Jairo Franco Salas

Jairo Franco Salas

Columna: Opinión

e-mail: jairofrancos@hotmail.com



Es triste y preocupante ver hoy como los parques, considerados escenarios de la diversión, se han convertido en verdaderas trampas humanas, donde el hampa y la delincuencia acechan; esto sucede en casi todos los barrios, algunos con mayor presencia que otros.
Muchos parques en Santa Marta, se encuentran invadidos de drogadictos, trabajadoras y trabajadores sexuales, fleteros... incluso hasta las sillas han tornado de dormitorios, ahuyentando a la gente de bien para que puedan sentarse y compartir, es más están convirtiendo estos hermosos lugares en letrinas públicas y desde luego el concepto reprochable de turistas nacionales e internacionales que se van sorprendidos ante semejante espectáculo ¡no hay razón!

Otros parques donde este flagelo se maximiza día a día es el manzanares, los trupillos, parques de Bolívar; pero lo más inaudito y sorprendente lo constituye el enfrentamiento bestial entre jóvenes pandilleros llenos de vida en el Parque San Miguel, frente al cementerio con resultados fatales, producto de riñas; aquí se mezcla el alcohol y las drogas en un escenario propio para la diversión como son los parques; quiere decir que estos jóvenes han cambiado el concepto de esparcimiento por el de la violencia; es un antagonismo total, lo uno no compensa lo otro, contradiciendo la filosofía de la naturaleza transforman un escenario sano en uno de terror, dolor, vergüenza y muerte.

A gritos continuos la comunidad del sector pide la presencia de un CAI a fin de contrarrestar este flagelo delincuencial, propiciado por jóvenes; que se agreden día a día ante la carencia de políticas estatales. Se requiere impulsar la creación de proyectos y acciones que permitan volcar la mirada de todos hacia horizontes, con un gesto de compromiso y un pilar fundamental para el desarrollo y el cambio social. La presencia policiva podría ser temporalmente una solución, puesto que ellos ahí ejercen seguridad y control; pero más allá de esto, se requiere un cambio de raíz que solo podría darse con la educación continua; solo la educación puede transformar el espíritu beligerante del ser humano, lo que quiere decir que quienes están dentro del proceso educativo son menos propensos a éstos bandalajes, no queriendo decir que están exentos.

Exhortamos a aunar esfuerzos para solucionar este problema, bajo un panorama de expresión colectivo. Reiteramos la educación es la base estructural para el verdadero cambio de conducta en esos jóvenes; pero aun la misma educación debe estar sometida a ciertos cambios de paradigmas, donde aspectos como el sentido de pertenencia, autoestima, el respeto y los valores morales se constituyen en retos para los jóvenes en el proceso de enseñanza y aprendizaje.

Cuando hablamos de autoestima y sentido de pertenencia es un agregado que hace trascender al ser humano cuando realmente se quiere. Si este principio básico de la moral no se practica, el joven pierde el pudor y no le interesa que lo señalen, que lo critiquen, que lo juzguen, le da lo mismo estar sin comer y vociferando en un parque y consumiendo estupefacientes, porque ha perdido el valor que ha debido tener sobre sí mismo.

Colombia en este aspecto es un país fuertemente criticado, no solo por ser el mayor productor de cocaína en el mundo, sino también por tener una juventud que tiende a consumir más esta maldita droga, motive por el cual el Estado está dado a repensar en medidas más eficaces que permitan salvar esta juventud impetuosa y anárquica.


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