¡Arréstenlos!

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Definitivamente hay días en que uno se levanta con el pie izquierdo y le va mal en todo lo que hace. En Bogotá, hace unos días iba caminando desprevenidamente por la calle 72 con novena a cumplir una cita de negocios, cuando noté que había por todos lados unos boinas verdes fuertemente armados con metralletas y pistolas automáticas y cartuchos como para echar plomo de alto calibre hasta el próximo milenio.

Levanté la vista y leí claramente: Consejo Superior de la Judicatura. Entonces me asaltó un quijotesco pensamiento -afortunadamente porque con tanta inseguridad - y tuve claridad meridiana sobre lo que estaba a punto de suceder.

Me dije a mí mismo, que como esa institución había sido declarada la joya del Poder Judicial, es decir, es costosa, brilla bastante pero es de poca utilidad, seguro que la iban a clausurar por la fuerza -máxime teniendo en cuenta las últimas acusaciones sobre corrupción- o por lo menos la iban a allanar judicialmente para buscar pruebas contra los inocuos e inicuos magistrados.

El pensamiento no era descabellado porque en la mañana de ese mismo día había leído que al general Bonet le había tocado sacar por el moño a la gobernadora encargada, Ana Lucila, la cual estaba tan aferrada al poder, que ya incluso echada y en la calle, dos soldados tuvieron que quitarle por la fuerza una de las patas del escritorio del General. Ante tanta demostración de autoridad, me era lícito pensar que estos eran los nuevos tiempos, es decir, si no quieres, toma pa que lleves, y te doy la ñapa.

Pero volviendo al cuento, entendí que finalmente las autoridades tenían rodeados a los delincuentes, y que era cuestión de minutos que procedieran a hacer los arrestos del caso. Llevado por la curiosidad me quedé a esperar el desarrollo de los acontecimientos, pero después de más de quince minutos, no sucedía nada; media hora y nada.

Ante la inexplicable demora, llegué a la conclusión de que nuestros rambos criollos estaban amedrentados, asustados -obviamente no todos los días se enfrenta uno a delincuentes tan peligrosos-y decidí tomar cartas en el asunto.

Como pude, improvisé una tarima al lado del CAI, y comencé a animar a nuestros soldados de la patria -después me enteré que eran policías- con un discurso de esos veintejulieros, semejante a aquellos a los que nos tenía acostumbrados Uribe. No recuerdo muy bien que dije, pero no había que decir mucho, ya que yo había aprendido bien de Uribe, quien no dijo nada que valiera la pena en ocho años. Sólo había que usar mucho las palabras bandidos, terroristas, narcotraficantes y epítetos por el estilo, y así tal cual lo hice. Debo añadir que para lograr un mayor efecto, le metí unos destemplados vibratos y falsetes al mejor estilo Serpa.

No bien me iba calentando, y cuando estaba a punto de concluir el preámbulo de mi perorata patriotera, fui arrestado por los policías del CAI dizque por perturbar la paz pública e incitar a la asonada.

Como podrán imaginarse, no pude llegar a mi cita, y me pasé la mañana dando explicaciones sobre mi comportamiento. Los agentes del orden, tuvieron a bien explicarme, que los rambos, si eran rambos, pero que no iban a arrestar a nadie, ni iba a haber allanamiento ni nada por el estilo, y que además estaban ahí para proteger a los magistrados y a la Bolsa de Valores de Colombia. No pude contenerme y les recomendé muy enfáticamente que advirtieran a los de la Bolsa para que tuvieran mucho cuidado porque con vecinos así, nunca se sabe.

En medio de las explicaciones, sentí que el aire me faltaba, y hasta creí sentir un dolor en el pecho. Entendí que esos eran los síntomas palpables de nada más y nada menos que el peligrosísimo dolor de patria, y así trasegado por el dolor, sentí una gran simpatía por mi tocayo Vargas Lleras, quien con toda seguridad estaría sintiendo lo mismo que yo y por las mismas razones.

No en vano, el tocayo quería eliminar tan costosísima aberración institucional.

Como el dolor de patria iba en aumento, me horizontalizaron en una incómoda ambulancia, que yo creo era pediátrica porque no pudieron cerrar la puerta. Me tocó dar el paseo con las canillas al aire y con semejante frio. La verdad, siempre he sido un poco cobarde para las agujas, y cuando vi que me iban a puyar con una que media como dos metros de largo y 10 centímetros de ancho, comencé a gritar y a decir que me dejaran bajar de la ambulancia, que yo no tenía sino dolor de patria, y fue en ese momento y en medio de la angustia y desesperación, cuando me desperté…y el dinosaurio seguía allí.

Respiré aliviado porque no había sido más que una pesadilla. Sin embargo, el mal sueño para mi tocayo y para el país con el tal Consejo Superior de la Judicatura aún no termina. Los inocuos magistrados siguen -como la doctora Ana Lucila- aferrados al poder a cualquier precio. Los colombianos sólo estamos esperando el día que se apruebe la ley que acabe con semejante vagabundería, y termine de una vez por todas con tan mayúscula afrenta al poder judicial y a la institucionalidad el país. Habrá que esperar.