Trescientos años de gestación

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Los referentes históricos de nuestros jóvenes suelen ser los de los últimos quince años y los de la nación tienden a ser los de los últimos doscientos, pero ninguno de esos dos períodos de tiempo alcanza para explicar quiénes somos, y mucho menos de dónde venimos; de manera que las respuestas pueden estar en una historia olvidada y un pasado remoto del que no nos hemos querido enterar.

 

Enrique Serrano se ha preguntado siempre por las raíces profundas de nuestra nacionalidad. No parece haber encontrado respuesta satisfactoria en la epopeya de nuestra independencia y mucho menos en los tanteos de nuestra vida republicana, que tantas veces han sido más bien palos de ciego, en el mejor de los casos en busca de un modelo político que funcione para el bien de todos. Entonces ha reclamado la necesidad de ir mucho más atrás.

Su propuesta está cargada de razón, porque desde la Batalla de Boyacá, y a pesar de que el país ha cambiado, hemos vivido al ritmo de los ensayos apasionados, cuando no aventurados, de un liderazgo casi siempre falto de grandeza y perspectiva, retirado del mundo, vanidoso, que menosprecia a otras naciones americanas y que, cuando no se vanagloria de ser gregario de ideales de los Estados Unidos, trata de serlo de los de naciones distinguidas de Europa.

Liderazgo que se acostumbró a vivir directa o indirectamente del Estado, y que nos ha llevado a guerras civiles, o a levantamientos sangrientos por parte de quienes quedan por fuera de los arreglos de uno u otro momento. Que no se sonroja al pregonar que tenemos una democracia, fundamentada en el propósito de “unidad nacional” que se busca sea mediante la oferta de cargos públicos a todo el que se destaque en la vida política y se pueda convertir en opositor, o a través de la exigencia de puestos en la burocracia con la amenaza de lanzarse a una oposición que solo unos pocos se atreven a ejercer. Así, en nuestra trayectoria republicana apenas hay huellas de lo que hemos tratado de hacer, pero no del origen de nuestra forma de ser.

Con tenacidad y paciencia, en tono menor, desde el umbral de la discreción, características todas que atribuye precisamente a las raíces profundas de la nacionalidad colombiana, el profesor Serrano se dedicó a lo largo de varios años a buscar, de los dos lados del Atlántico, el hilo que pudiese llevar a mejores explicaciones sobre nuestro origen y nuestra identidad. Entonces se adentró en ese período olvidado o no bien conocido que configura esa especie de “edad media” de tres siglos transcurridos entre el mundo precolombino y los experimentos republicanos. Allí, en ese limbo, parece haber hallado rasgos importantes del ADN nacional.

Para sorpresa de muchos, el libro “Porqué fracasa Colombia”, título que atrae a un público más amplio que el que hubiera podido atrapar la propuesta original de llamarlo “Una nación negada”, sintetiza el pensamiento de Serrano y plantea preguntas y respuestas, a la manera libre de un ensayo, sobre nuestros orígenes más remotos y valederos.

Todo para concluir que las verdaderas raíces de lo que somos se encuentran esencialmente en las sagas de judíos y moriscos expulsados con ocasión de una de las grandes tragedias de España, que vinieron a una tierra nueva y se instalaron principalmente en las faldas de las cordilleras, animados por la idea de escribir el resto de su vida sobre una página en blanco, con la carga oculta de su pasado y sus sentimientos semíticos cubiertos bajo el manto de conversos y con el cuidado de vivir sin hacer mucho ruido para que nadie los fuera a echar a su vez de aquí.

Entrado en el empeño de agitar la discusión sobre nuestras raíces, será muy útil que el profesor Serrano siga contribuyendo a la interpretación de la colombianidad y nos ilustre, por ejemplo, sobre la vida cotidiana de esa época que nos presenta como definitoria de lo que somos hoy.

Más útil aún será que nos haga conocer con mayor amplitud su punto de vista sobre los aportes indígena y africano a la configuración de nuestra sociedad, pues basta con ver la fotografía de la nación entera para advertir su omnipresencia, fundidos con la herencia hispánica, pues sin desconocer el papel protagónico de esta última, centrado en la primacía del idioma, contribuyeron también a hacer más complejos y fascinantes esos trescientos años de gestación de la nacionalidad colombiana, sobre los cuales el autor nos invita a reflexionar.