De Malthus a Dawkins

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Arsada

Arsada

Columna: Opinión

e-mail: armandobrugesdavila@gmail.com



Se trata de dos eminencias del mundo de la ciencia, que a pesar de no tener la misma temporalidad, sí coinciden en dos aspectos: el primero de ellos, haber vivido en dos épocas críticas del capitalismo, parto y ocaso, y el segundo en la concepción del inminente colapso de la especie humana con una sola y sutil, pero fundamental diferencia.

 

Mientras Malthus desarrolla una teoría que sostiene que el ritmo de crecimiento de la población responde a una progresión geométrica, mientras que en cambio el ritmo de crecimiento de los recursos para su supervivencia lo hace en progresión aritmética, lo que según él justificaría las hambrunas, las guerras, las pestes y todo el resto de calamidades que afectan a la humanidad, puesto que, en la medida que esto no se diera, el nacimiento de nuevos seres terminaría provocando la extinción de la especie. Teoría que sirvió de fundamento para disculpar los horrores cometidos por el naciente capitalismo en Europa y Sudamérica. Pero este economista inglés al menos daba una esperanza, y esta es la pequeña diferencia que los separa, en la medida en que sostenía que si los pobres contribuyeran con un control natal efectivo, el fantasma de la llamada catástrofe desaparecería.

Richard Dawkins, por su parte en su libro El gen egoísta, asume una posición ostensiblemente fatalista en lo que al destino de la humanidad se refiere, señalando que no hay ninguna razón válida para esperar que la selección natural haga que las especies sean eficientes a la hora de evitar la extinción, de ajustar su proporción entre machos y hembras, limitar su población en interés del bien común, de economizar sus reservas de alimento y conservar su medio ambiente para beneficio de las generaciones futuras. Debo advertir que aunque comparto algunos aspectos de su teoría en lo que al gen egoísta se refiere, pienso que si bien es cierto, la supervivencia del grupo no es asunto que competa a la selección natural; en el caso de la especie humana, la cuestión parece tomar otro rumbo puesto que una consecuencia de esa selección natural ha sido el lograr la capacidad de generar en los seres humanos pensamiento y con este construir categorías como el altruismo y el optimismo, a partir de los cuales se puede llegar a generar la posibilidad de pensar en función de supervivencia, ahora sí, de la especie. Es decir, la supervivencia del grupo deja de ser un efecto secundario afortunado, como lo plantea Dawkins, producto del mejoramiento de la supervivencia individual para convertirse en una razón de la existencia de la especie misma. Y no estaría hablando de futuro, sino del aquí y del ahora, cuando amplios sectores de la especie humana se aglutinan y empeñan en no desaparecer como tal acudiendo a la implementación de un mundo más justo, la defensa del medio ambiente, atacando la polución irracional, el consumismo absurdo, defendiendo el derecho inalienable de los grupos LGBT, abogando por el control natal responsable, combatiendo el racismo en todas sus manifestaciones, en fin, buscando fórmulas en procura de una supervivencia de la especie. Aceptar la idea de que como especie vamos irremediablemente al matadero, es hacerle el juego a la derecha mundial, que no tienen creencia alguna, pero que las promueven todas para su beneficio insistiendo en que como vamos, vamos bien, dado que como especie no tenemos otra alternativa que autodestruirnos, según la ciencia, no ya por la progresión geométrica del crecimiento poblacional maltusiano, sino por culpa del gen egoísta, ese sí, como lo plantea Dawkins, inmortal, y según los fundamentalistas de todos los pelambres, porque así lo plantean los libros “sagrados”. Si bien es cierto la selección natural no tiene visión de futuro, la especie humana, gracias a su alto grado de evolución, sí la tiene; por ello se podría decir, parodiando a Rodolfo Llinás, que gracias a su aún misterioso proceso evolutivo, el homo sapiens como especie deberá resultar, por su propio bien, al igual que su cerebro, más optimista que pesimista y más inteligente que compleja.