El poder de la palabra

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Una de las herramientas de cambio más efectivas para bien o para mal, con que contamos los seres humanos, es la palabra. Esta afirmación no sorprendería a los neurolingüistas, pero al común de la gente sí. Con el agravante de que como desconocemos el poder de la palabra, la usamos irresponsablemente tanto en lo personal como en lo social, con consecuencias nefastas.

Quiero enfocarme en un aspecto muy específico del poder transformativo de la palabra, el cual es su uso en los procesos comunicativos y su importancia como condicionante social. En otras palabras, entender cómo el lenguaje que manejamos nos hace ser la sociedad que hablamos.

Si escuchamos como nos comunicamos los colombianos a nivel familiar, entre amigos, laboralmente y en la mayoría de los contextos sociales, notaremos que hemos elaborado un sofisticadísimo sistema de comunicación lleno de burladeros, que tienen como único propósito el evitar adquirir compromisos. Nuestra comunicación es generalmente ambigua, elusiva y muchas veces engañosa, y siempre nos deja una puerta abierta por la cual podemos eludir responsabilidades. Somos los maestros del sí pero no, del quizás, me entendiste mal, si lo dije pero no quise decir eso y todo un sinfín de trucos escapistas y confusiones creadas deliberadamente.

Si somos la sociedad que hablamos, entonces no debe sorprendernos que seamos una sociedad con un nivel bajísimo de compromiso. Somos incapaces de comprometemos "realmente" con nuestra pareja, amigos, iglesia, jefes, comunidad, país y así sucesivamente. Pienso que tal vez este manejo escapista del lenguaje es una evolución natural que se dio como respuesta al autoritarismo punitivo que ha estado presente a lo largo de nuestra historia personal y social.

Dolorosamente, esta falta de compromiso no nos permite ser una sociedad cohesiva, conformada por individuos comprometidos con los cambios que se necesitan para lograr un mayor bienestar social. Es así que, como hablamos ambigua y confusamente, entonces somos una sociedad ambigua y confundida, que maneja la dualidad de valores como algo normal, natural y sin importancia alguna.

No obstante, todo lo dicho anteriormente, hay algunas instancias, en las cuales las conductas evasivas pueden ser útiles. Por ejemplo, conozco el caso de un gerente de recursos humanos de una empresa, que es todo un escapista profesional en su estilo comunicativo con los demás. Le pregunté al dueño de la empresa, la razón por la cual lo mantenía en su cargo, a lo cual me respondió que en su empresa había un sindicato muy beligerante, y que cuando el sindicato armaba problemas, los susodichos dirigentes generalmente hablaban con el mencionado gerente, y que éste último manejaba un lenguaje tan ambiguo, que al final de la reunión los sindicalistas no sabían si sus demandas habían sido aceptadas o denegadas, y que como no estaban seguros, entonces se calmaban.

En situaciones excepcionales, el escapismo puede ser una virtud pero si es la constante, entonces genera serios problemas y disfuncionalidades indeseables.

La buena noticia es que si somos la sociedad que hablamos, entonces tenemos el poder de cambiar nuestra forma de hablar y comunicarnos para ser la sociedad y las personas que queremos ser. Dejemos de lado el escapismo y cambiémosle por el compromiso, abandonemos la ambigüedad y reemplacémosla por la claridad.

Miremos cómo funciona el asunto cuando se adquiere un compromiso real. Cuenta la historia que Hernán Cortez al llegar a Méjico, notó que los Aztecas los superaban grandemente en número y que de no dar sus hombres todo de ellos en la batalla, serían aniquilados, y su misión de conquista un fracaso y una humillación inaceptable.

La solución que encontró el conquistador, fue quemar todos los barcos menos uno. Los soldados conscientes de que no podían devolverse a España, de que no había escape y de que no podían eludir la batalla, pelearon con una ferocidad y barbarie que dio al traste con el poderoso imperio azteca y que ha causado escalofrío a través de los siglos. La moraleja de este hecho histórico, es que cuando se eliminan los burladeros, realmente se logra un altísimo nivel de compromiso.

Lo que hizo Cortez en Méjico, es exactamente lo que tenemos que hacer los colombianos con nuestro manejo del lenguaje para que logremos ser una sociedad comprometida. Si le perdemos el miedo al compromiso, con toda seguridad seremos mejores compañeros, excelentes padres y amigos y excelentes colombianos.

El llamado es a entender el poder profético y transformativo de la palabra, no porque pueda predecir el futuro sino porque el futuro lo hace la palabra. ¡Ojo con la lengua!